martes, 4 de noviembre de 2014

El canto del cisne


Quien anda en círculos siempre acaba volviendo al punto de partida. Lo cual no tiene por qué suponer que no haya aprendido algo o no haya madurado en su deambular, ni que no haya podido disfrutar del camino. De eso, en gran medida, nos habla Daniel Alarcón en su novela "De noche andamos en círculos": De las pasiones que impelen al movimiento, de lo que dota de una razón de ser a la vida, en el caso de su protagonista, Nelson, la que siente por el teatro y por su héroe particular, Henry Núñez, dramaturgo y actor, líder de la mítica compañia Diciembre, disuelta 15 años antes de su vuelta a los escenarios. De su nueva gira formará parte este personaje desesperado, al que ha abandonado su mujer y que parece que no tuviera ya nada más que perder.
Alarcón repasa, sin hacer alusiones directas, la historia reciente de su país, el Perú, que no nombra en ningún momento. La guerrilla, el narcotráfico, la corrupción, la censura, el estado deplorable de las prisiones, causa directa de multitud de motines,... Todo ello como telón de fondo de este relato sobre perdedores, sobre ilusos, sobre seres un poco marginales, por bohemios, basada en las experiencias de un amigo y con claras influencias del clásico "El beso de la mujer araña" y su relación amoroso-carcelaria. En él se palpan los diversos ambientes, el de la capital, una Lima que aún no ha sido peruanizada, como diría Bryce Echenique, y el de sus pueblos serranos, tan aislados que es necesario dirigirse al único bar que hay en ellos para poder establecer contacto telefónico con los seres queridos, para poder saber qué ocurre en el mundo.
Daniel Alarcón es autor de una obra aún escasa, pero prometedora, juguetona, que ha cosechado alabanzas del mismísimo The New York Times Book Review e incluso exagerados elogios como que leerlo "es como ser testigo de la llegada de John Steinbeck o Gabriel García Márquez". Ciñámonos a unos justos términos para no crear lectores decepcionados. "De noche andamos en círculos" está dotada de suficientes atractivos como para inventarle algunos más. Es un salto al vacío que acaba provocando numerosas ondas concéntricas en la superficie de la nada cotidiana, un espectáculo que mantiene al espectador en vilo, un nocturno de Chopin que deja al auditorio en silencio.