"En busca del tiempo
perdido" es como el Guadiana: aparece y desaparece (de este
blog), sólo que con periodicidad mensual. Su última aparición
tiene lugar bajo la forma de "A la sombra de las muchachas en
flor", obra que, si careciese del marchamo de clásico,
probablemente causaría controversia actualmente por representar el
amor que realmente no se atreve a decir su nombre: El
amor-atracción-tabú hacia las adolescentes (el narrador, desde su
presente adulto escribe: "acaba uno por no gustar sino de las
muchachitas muy jóvenes, en cuyos cuerpos aún está laborando la
carne como preciosa pasta" y "Esa plasticidad presta suma
variedad y encanto a las amables atenciones que con nosotros tiene
una muchacha"). Cierto es que su autor también muestra, aunque
no con muy buenos ojos (típico disimulo de quien no quiere verse
reconocido como tal), el amor entre personas del mismo sexo.
(Recordemos que Proust llegó a batirse en duelo por haber sido
tildado de homosexual).
Esta obra, que en 1919
obtuvo el Premio Goncourt, está marcada por el número dos. Y es
que, no sólo se encuentra dividida en dos partes, sino que
transcurre en dos ciudades, en dos ambientes diferentes; narra,
básicamente, dos historias de amor, mostrando dos visiones distintas
de éste; dos son los artistas que ayudan a educar el gusto por el
Arte del protagonista (Bergotte y Elstir. El uno, escritor; el otro,
pintor), etc.
Resumamos la novela:
Primera parte: Nuestro
narrador de cabecera, enamorado desde el libro anterior de Gilberta,
adolescente de 14 años (aproximadamente la misma edad de éste en la
época en que transcurre la acción) e hija de los Swann, trata de
introducirse en su ambiente íntimo, en su casa, hasta que consigue
asistir habitualmente, y casi como invitado de honor, a las tertulias
cultas y pretenciosas que celebra Odette. Se trata de unas reuniones
de salón a imagen y semejanza de aquellas a las que ella asistía en
casa de los Verdurin. Pero Gilberta es una joven que transmite
señales equívocas: no se sabe si corresponde o no al protagonista.
Ora se muestra amable, solícita, atenta; ora displicente y cruel.
Ante esta incertidumbre y tras un feo que ella le hace, el narrador
decide dejar de verla y, finalmente, su amor, que parecía tan
intenso, deja de existir casi por propia voluntad, como algo
calculado paso a paso. Es en este momento, con el corazón vacante,
cuando un amigo judío (la madre de Proust también lo era y la
quería mucho, pero la visión antisemita que ofrece él de dicho
pueblo parece acorde con la propia de su tiempo, que acabó dando
como resultado el genocidio de éste) le descubre algo que desconocía:
las mujeres gustan, como él, del placer sensual. De esta manera, se
abre para el protagonista un mundo nuevo: el de la atracción
múltiple. Va a casas de citas y, ya en la segunda parte, no para de
extasiarse ante cada muchacha hermosa que pasa fugazmente a su lado.
Todo ello ocurre en los ambientes aristocráticos de la capital
francesa.
Segunda parte: El
narrador, cuya compañía más constante es su débil salud, se
desplaza con su abuela y su criada "heredada", Francisca
(siempre divertida con su pintoresca manera de entender la vida y sus muestras de ingenuidad), a un hotel a pie de playa en la ficticia ciudad de mar
de Balbec. Allí conocerá a una variada fauna propia de los
balnearios: desde aristócratas a burgueses. Pero destacará una
cuadrilla de amigas adolescentes, atolondradas, bellas y dispares.
Sobre ellas, la más notable es Albertina, de la que acaba enamorado
(afirma el autor que "hay una cierta semejanza, aunque vaya
evolucionando, entre las mujeres que nos enamoran sucesivamente,
semejanza que proviene de la fijeza de nuestro temperamento, puesto
que él es quien las escoge y elimina a todas aquellas que no sean a
la vez opuestas y complementarias, es decir, adecuadas para dar
satisfacción a nuestros sentidos y dolor a nuestro corazón").
Palabras estas últimas que son síntoma de lo que acabará
ocurriendo con Albertina: que el narrador no conseguirá lo que se
proponía. Pasarán los días y volverá a fijarse en la cuadrilla de
amigas en conjunto, o más bien, como miembros intercambiables, de
cuya compañia puede disfrutar. De esta manera, llegará el final del
estío, las muchachas en flor volverán a sus casas y las vacaciones
en Balbec habrán terminado.
Sobra decir que Proust
vuelve a cautivar con la belleza de sus palabras, con la actualidad
de los temas que plantea y con muchas otras cuestiones. Pero lo que
más profundamente queda en mí, inesperadamente, es la sensación
de que es un magnífico libro para leer en verano, con todo el sabor
de esas vacaciones juveniles que pasamos en la playa disfrutando de
sensaciones que no se dan el resto del año o en otros ambientes.
Quizás ni siquiera en otras épocas de la vida.