martes, 31 de diciembre de 2013

Misteriosos hilos que la vida teje


Esta entrada podría titularse "Un hombre de palabra", porque, como me propuse allá por el mes de mayo, he terminado la lectura de "En busca del tiempo perdido", una de las obras cumbre de la literatura francesa del s. XX, y lo he hecho dentro del plazo fijado. Así que nadie puede burlarse de mí, al menos a este respecto.
Espero que mi billón largo de lectores sepa disculpar si me pongo algo cursi al escribir esta reseña, pero es que yo tiendo a ello y estas fechas lo propician.
A lo largo de los 7 tomos (u 8, pues algunas editoriales dividen el primero en dos), ha pasado la vida delante de nuestros ojos: La infancia del narrador, que disfruta de las fiestas de Pascua con su familia en el pueblo de Combray; su apego por su madre, que roza el complejo de Edipo; el nacimiento de su amor por la Belleza, en cualquiera de sus manifestaciones; sus veranos de playa en Balbec, con su cuadrilla de amigos, o más bien amigas, que luego podría no haber vuelto a ver; el encuentro con la que llegó a ser su primera pareja; la presentación en sociedad, donde fue ascendiendo hasta lo más florido de la aristocracia y convertirse en uno más; el amor adulto, con los celos, las mentiras y los desengaños; la pérdida del ser amado; las pasiones y las vocaciones artísticas; el intento de ser un gran escritor; la comprensión de que algo falta a su obra; las relaciones algo perversas, algo interesadas; la falsedad de algunas amistades; la enfermedad, que lo haría ingresar dos veces en sanatorios durante la Gran Guerra; la pérdida tanto de seres queridos, como de otros con los que compartió vivencias; y, en "El tiempo recobrado", el último de los tomos, la madurez, la decrepitud y el presentimiento de la propia muerte, momento en que se produce una especie de epifanía: El protagonista comprende cuál es la forma en que debe abordar la novela que siempre soñó que podría llegar a escribir algún día. Casi lo mismo que le ocurrió a Proust. Algo así como el encuentro con el Impresionismo: Su obra debería captar la esencia del pasado, traer al presente, a través de ciertos detalles, como la famosa magdalena proustiana, las impresiones sentidas años atrás, a las cuales acompañaría todo un mundo, todo el ambiente que rodeaba esos momentos de vida que serán recreados por él. La única duda que surge, ahora que el narrador ha dado con la clave para llevarla a cabo, es si éste tendrá aquello que pretende transmitir: Tiempo. Tiempo para concluir la empresa que por fin ha iniciado.
Por suerte, aunque le faltó algo de éste para terminar de pulir "En busca del tiempo perdido", Proust sí pudo acabar su obra, y tras un siglo de la publicación del primer volumen, aquí me encuentro, compartiendo con vosotros el deleite que ha supuesto su lectura.
Como colofón a estos meses de gozo, recojo a continuación varias citas que espero que os gusten. Son todas del último tomo:
"Los periódicos se leen como se ama, con una venda en los ojos".
"La gente lo ve todo a través de su periódico".
"No sacrifiquéis hombres a unas piedras cuya belleza procede precisamente de haber fijado un día verdades humanas".
"La verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada, la única vida, por lo tanto, realmente vivida es la literatura".
"Es con adolescentes que duran bastantes años con los que la vida hace a los viejos".
"Cuando yo le hablaba a Francisca de una iglesia de Milán [...], envidiaba a los ricos que podían permitirse el espectáculo de semejantes tesoros [...], ella que, llevando tantos años en París, no había sentido nunca la curiosidad de ver Notre-Dame. Y es que Notre-Dame formaba precisamente parte de París, de la ciudad donde transcurría la vida cotidiana de Francisca y donde, en consecuencia, le habría sido difícil a nuestra vieja criada situar los objetos de sus sueños".
"Si yo tuviera todavía el Fraçois le Champi que mamá sacó un día del paquete de libros que mi abuela iba a regalarme por mi cumpleaños, no lo miraría nunca: tendría demasiado miedo de ir insertando poco a poco en él mis impresiones de hoy, de que se fuera convirtiendo en una cosa del presente hasta tal punto de que, cuando yo le pidiera una vez más que suscitase al niño que descifró su título en el cuartito de Combray, el niño, no reconociendo su acento, no respondiera ya a su llamada y permaneciera para siempre enterrado en el olvido".
Después de esto, sobran las palabras.

P. S.: Bueno, añadiré unas: Espero que os gusten los puntos de lectura que me regaló un amigo que conoce bien mis gustos, de los que os hablé hace poco, cuya foto ilustra esta entrada. Se ven pequeños. Recomiendo agrandarla. Hermosísima fotografía, por cierto. (Vale, admito que lo hermoso son los marcadores, que parecen representar el teatro de la vida).
¡FELIZ AÑO 2014 Y QUE SEA PROUSTIANO!

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Viajes por el scriptorium


Nicole Krauss podría ser ella misma un personaje de ficción: Nacida en Manhattan, estudió en la Universidad de Stanford, donde conoció al que se convirtió en su mentor, Joseph Brodsky, Premio Nobel de Literatura en 1987, y posteriormente en la de Oxford. Publicó su primera novela a los 28 años (en principio, únicamente en formato digital). Está casada con el autor de culto Jonathan Safran Foer (junto a él y unos cuantos tótems literarios americanos, como David Foster Wallace o Rick Moody, forma parte de la llamada generación McSweeney´s). Ha sido alabada por intelectuales de la talla de la fallecida Susan Sontag y el Nobel J. M. Coetzee. Colabora con algunas de las revistas más relevantes en lengua inglesa (nombremos sólo una: The New Yorker). Es judía, lo cual se filtra en su obra, aunque ella dice no ejercer como tal. Amante de la literatura hispanoamericana (desde Bolaño a Vila-Matas), en la actualidad vive en Brooklyn junto a su marido y sus dos hijos. (Bueno, tampoco hay que olvidar que uno de sus vecinos, con el que trata habitualmente, es el mismísimo Paul Auster, marido de Siri Hustvedt. Está claro que en ese barrio la densidad de talento por habitante es superior a la media de cualquier otro).
Hace algunos años que mi radar de escritores a seguir no paraba de sonar cuando leía u oía su nombre. Así que no es de extrañar que estuviera entusiasmado cuando un amigo me regaló su tercera y última novela, "La gran casa", libro dividido en dos partes: En la primera se narran cuatro historias y en la segunda, la continuación de éstas, donde entendemos la relación que hay entre ellas.
Prefiero no desvelar demasiado sobre el contenido de las cuatro narraciones que componen el libro. Tan sólo explicar que nos hablan de la memoria, de la capacidad que tienen los muebles de evocar recuerdos a aquellos que han vivido rodeados de ellos (en este caso, se trata de un escritorio que pudo haber pertenecido a Lorca), del dolor que supone la pérdida de esos objetos de inmenso valor sentimental. Pero también nos habla de la Literatura, de las obsesiones, de las costumbres judías, de la dictadura pinochetista y sus desaparecidos (palabra que siempre me ha parecido un cruel eufemismo que dulcifica miles de asesinatos, torturas y secuestros), de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, del mundo intelectual. Y va más allá: De las relaciones familiares, de los secretos e intimidades de las parejas, de los reproches entre personas que se quieren, de lo truculento de algunas enfermedades (el cáncer y las neurodegenerativas), de la pérdida de los seres queridos, del amor, de la vida y de la muerte. Y lo hace con un poder descriptivo poco común y a modo de confesiones o de monólogos, funcionando como si fuera un libro de relatos.
Se trata de una bellísima novela, que ha sido candidata al prestigioso National Book Award. Una de esas novelas que dejan huella. Rotunda. Impresionante.
Me gusta particularmente esta vuelta de tuerca a la famosa frase de Blanche Dubois "Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños": "Hay momentos en que la amabilidad de los extraños no hace más que empeorarlo todo, porque entonces uno se da cuenta de lo necesitado que está de amabilidad y de que sólo un perfecto desconocido puede ofrecérsela". Difícil transmitir tanta fragilidad en tan pocas líneas.

P. S.: Disculpad la fotocomposición que ilustra esta entrada. Ya sé que no anima a tomarse a Nicole muy en serio. Claro que tampoco la culpa es del todo mía. La mitad de la foto la conforma la portada anglosajona de la novela, que parece una tarta multicolor. Prefiero la edición española de aquí a Lima.


lunes, 16 de diciembre de 2013

Mitología


Peter O´toole y Joan Fontaine nos han dejado. Es una forma de hablar, porque, por suerte, siempre estarán donde los conocimos, en sus películas. 
Si, como a mí, a alguno de mis lectores le gusta ver fotos de estrellas del cine, les recomiendo la siguiente página: http://liambluett.com/
Se trata de una maravillosa web en la que no sólo vemos a nuestros dioses particulares, sino también sus firmas: cientos de retratos autografiados que harán las delicias de cualquier aficionado al Séptimo Arte.
Pero para quienes piensan que todos nuestros mitos nos están abandonando o para los que opinan que ya no hay actores como los de antes, ilustro esta entrada con una imagen de Ben Whishaw, desde hace años entre mis favoritos.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Ateo practicante

Grande entre los grandes, Unamuno, autor de obras valientes como "Niebla", "La tía Tula" (en mi opinión, una de las novelas más irreverentes que he leído, en la que las ideas religiosas de Tula la vuelven capaz de dejar morir a su hermana con tal de ella ser virgen y madre a la vez) y "San Manuel Bueno, mártir" (historia de un cura que no cree en Dios y sus dudas morales), era ateo, como yo (hay quienes lo ponen en duda, lo sé. Pero también hay quienes ponen en duda mi ateísmo. Y lo digo en serio). Ejemplo de su profundidad intelectual es el siguiente poema:

La oración del ateo

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si tú existieras
existiría yo también de veras.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Jep Gambardella, el rey de los mundanos

En 2009 se estrenó una película que era, ante todo, un homenaje a uno de los maestros del cine italiano: Se trataba de "Yo soy el amor" y el director homenajeado era Luchino Visconti. Si alguno de mis lectores no la ha visto (cosa que dudo, porque tienen un gusto fuera de lo común), que no espere un segundo más. Se está perdiendo un auténtico deleite para los sentidos.
Desde entonces, no habíamos asistido a un ejercicio similar tan admirable como es "La gran belleza", de Paolo Sorrentino, tributo al Fellini más excesivo y esteticista, el de "La dolce vita" o "Roma". Su director y su protagonista, el multipremiado Toni Servillo, son viejos compañeros: ésta es su cuarta colaboración. En ella, el protagonista de "No mires atrás" ("La ragazza del lago") interpreta a Jep Gambardella, escritor de una sola novela en su juventud cuando llegó de su pueblo a la Ciudad Eterna, que en su edad madura pasea su figura por las terrazas de moda y los ambientes más destacados de la alta suciedad. Vive cuando duerme la gente corriente, practicando el dolce far niente y preguntándose qué hace alguien como él en lugares como esos, pues entiende que la vida no puede ser algo tan limitado. No es de extrañar la referencia al mundo proustiano expresada en dos ocasiones a lo largo del film. Y es que podría decirse que Jeb ha heredado del narrador de "En busca del tiempo perdido" el trono como rey de los mundanos: de reunión en reunión, como el otro de salón en salón. Ambos reflexionando sobre la vida, la muerte y aquello con lo que tratamos de adornarlas. Ambos perdiendo el tiempo.
Sorrentino es un director que no tiene miedo a que se note la presencia de la cámara, que pasea de manera sutil, casi etérea, acariciando las imágenes con auténtica sensualidad. Palacios, jardines, fiestas frikis, decadentes,... todo está rodado primorosamente y denotando una labor de preproducción que ha de haber supuesto un increíble quebradero de cabeza.
La banda sonora es otra de las grandes bazas de esta película: Entre lo hortera y lo sublime, como la propia Roma.
El guión está lleno de aciertos, de frases inteligentes, de parlamentos que calan en lo más hondo. Y muestra algo que ya hace siglos nos dijo Segismundo: que la vida es un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción.
Si después de lo dicho queda alguna duda, aclaro que estamos ante una de las mejores películas del año, de la década. Probablemente, me quede corto.

P.S.: Al concluir la redacción de esta reseña, leí la publicada en el siguiente enlace: http://johannes-esculpiendoeltiempo.blogspot.com.es/2013/10/la-gran-belleza-la-grande-bellezza-2013.html
Os animo a visitar esa página, porque el contenido de la entrada se parece mucho al de la mía (lo cual no es de extrañar, pues hablamos de lo mismo), pero está expresado de manera más cuidada.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Puntos de lectura III: Punto proustiano






Recientemente, un amigo que conoce bien mis gustos me regaló una serie de puntos de lectura que tienen como motivo "En busca del tiempo perdido" hechos por él mismo (vaya, he de teneros saturados). Sé que la foto no hace justicia al detallazo de mi amigo (me quedó un poco tétrica), pero quería dedicarle al menos dos entradas a estos puntos proustianos (la siguiente tardará unas semanas en ser publicada). Espero que os gusten tanto como a mí. (Eso sí, ni se os ocurra pensar que voy a daros alguno de ellos. Éste no es uno de esos blogs afines a lectores pedigüeños que participan en promociones generosas. Quien los quiera, que se los compre a mi amigo. Cuestan sólo 3 euros. Con la crisis, acepta pedidos de cualquier esquina del globo. Yo os pongo en contacto y fijáis los detalles de la transacción).


P.S.: Me pregunto si alguien no habrá entendido el componente jocoso de la última parte de esta entrada. 




martes, 10 de diciembre de 2013

Entre el deseo de saber y el miedo de sufrir


Admito mi culpa: me he retrasado a la hora de publicar la entrada mensual del tomo correspondiente de "En busca del tiempo perdido". Pero es que he tenido la gripe. Además, siempre viene bien un poco de suspense, no saber cuándo aparecerán las reseñas o, incluso, si llegaré a tiempo para la dedicada al último libro de la septalogía.
Hoy toca "La fugitiva" (según la edición que manejo), también titulada "Albertina desaparecida". Y es que al final de la novela anterior, Albertina se va del lado del narrador sin avisar.
Como me suele ocurrir con Proust, distingo dos historias, en este caso, de traición, o de sensación de traición:

En primer lugar, nos encontramos con que el protagonista y Albertina se intercambian cartas en las que ninguno muestra sus verdaderas intenciones, aunque ambos quieran volver. Fingimiento que resulta, finalmente, baldío, pues nunca se encontrarán nuevamente, ya que ella muere en un accidente hípico (recordemos el aspecto autobiográfico de la obra de Proust: Albertina, realmente, no es otra sino Alfred Agostinelli, amante del autor, que, tras abandonarlo, falleció al estrellarse su avioneta). Es este el momento en que se convierte en realidad una de las mayores pesadillas de todo enamorado: perder al ser amado y descubrir después que éste no era quien decía ser, o al menos, confirmar las sospechas de una doble vida. Comienza, así, una serie de confidencias de quienes la conocieron, la reconstrucción de la verdad oculta tras las mentiras que componen los recuerdos del protagonista sobre su relación, las dudas sobre casi cada detalle que la conformó. Y la evidencia de que ya es imposible que Albertina le sea sincera, pues ya no existe ninguna Albertina a la que confrontar con los hechos.
Pero ya sabemos que nuestro narrador es incapaz de enamorarse, que lo suyo son más bien obsesiones, la necesidad de posesión de quien se le resiste. De ahí que tampoco le sea muy difícil el olvido y realizar los proyectos que le impedía llevar a cabo su relación, ahora truncada. En palabras de él mismo: "Mi amor por Albertina no había sido más que una forma pasajera de mi devoción a la juventud". Uno de esos proyectos cumplidos es su viaje a Venecia, que realiza con su madre.

En segundo lugar, de vuelta de la ciudad de los canales, en el tren, se entera de que su amigo Roberto Saint-Loup y su primer amor, Gilberta, se casan (en principio, se trata de una boda de conveniencia, pero ella acaba enamorándose). En este caso, la decepción, la traición, viene dada por un cambio en la forma de ser del novio: Ya no es aquél que se desvivía por complacer al narrador y le contaba sus secretos. Roberto no lo invita a su boda y después de ella finge infidelidades con mujeres para ocultar su homosexualidad, de origen temporal incierto, (o su bisexualidad más tendente al gusto por los hombres. Principalmente, su affaire con Morel, heredado de su tío, el barón de Charlus), provocando con esta tapadera los celos de su esposa y su desdicha.
Pero, una vez más, ya sabemos que nuestro narrador no cree en la amistad. Luego no le cuesta mucho sobreponerse. Difícil encontrar a alguien más cínico en la Historia de la Literatura. Pero, claro, ahí radica gran parte de su encanto.

P.S.: Lo sé, no es ésta una reseña ni muy amplia ni muy inspirada. (La foto es de Agostinelli, por si os pica la curiosidad y queréis saber quién inspiró el personaje de Albertine Simonet, uno de los más recordados de la Literatura Francesa ).

Nota de agradecimiento: Ojiplático y boquiabierto quedeme cuando el 22 de noviembre, en un artículo dedicado al centenario de la publicación de "Por el camino de Swann" del periódico "La Provincia", leí una mención a este blog escrita por uno de sus críticos estrella, Antonio Bordón, autor del espléndido libro de relatos "Muchachos, maten a Borges". Gracias por el detallazo. Sobre todo, viniendo de quien viene.