Termina el mes, así que
aquí me tenéis, escribiendo, una vez más, sobre "En busca del
tiempo perdido". Hoy toca "Sodoma y Gomorra". El
título adelanta la orientación sexual de algunos de los personajes
y el tratamiento que recibe dicha orientación.
Como suele ocurrirme con
los libros que componen esta obra, creo que lo mejor es dividir la
novela en dos partes (esa es realmente la división que hace su
autor, pero en este caso, me refiero a las dos historias principales:
las relaciones del narrador con Albertina y del barón de Charlus con
Morel):
Como ya hemos sabido en
el volumen anterior, Albertina ha vuelto a la vida del protagonista
de esta serie de novelas. En principio, parecía que ya no sentía
nada por ella, pero dado el carácter voluble de su corazón, no
tarda en "enamorarse" de nuevo nada más comprender que el
amor de ella no es una cosa segura. A lo largo de la narración la
irá introduciendo en el mundo de salones que frecuenta e irá
sospechando que la competencia es doble, que su amada es bisexual,
por lo que siente celos de cada persona medianamente atractiva que se
le acerca. Viajarán a Balbec, ciudad donde se conocieron cuando eran
adolescentes, que se transformará en un lugar más donde encontrarse
con amigos (no en ese ambiente plástico de los cuadros de Elstir).
Marcel nos deja clara la naturaleza de sus sentimientos con las
siguientes palabras: "Mi suerte era la de no perseguir más que
fantasmas, seres cuya realidad estaba, en gran parte, en mi
imaginación". De esta manera, nos encontramos con que el
narrador toma la decisión menos razonable que cabría esperar a los
espectadores de una relación y la más comprensible para quien está
enamorado y es celoso: En el momento en que confirma sus sospechas de
bisexualidad de Albertina, en el momento en que entiende que su
sufrimiento será duplicado, que no podrá vivir tranquilo pues su
pareja no sólo es infiel, sino que además lo es con hombres y con
mujeres, decide que va a casarse con ella. Así de raro y
contradictorio es el comportamiento humano.
Al barón de Charlus lo
conocíamos ya, pero no había destacado como en "Sodoma y
Gomorra". Hermano del duque de Guermantes y tío de Roberto
Saint-Loup, es viudo y guarda un luto riguroso (en realidad, todo es
una tapadera, pues es homosexual y le conviene hacer creer que no
está interesado por más mujer que la que se le murió). Mediante el
estudio del comportamiento de este personaje, Proust nos acerca a los
inconvenientes de ser gay en una sociedad que condena dicha
orientación sexual. El barón se muestra desdeñoso con los jóvenes
que le atraen, de esa manera ellos se interesan por él (pues muchos
se complacen en gustar a quienes los rechazan). Una vez éstos se
fijan en él, les hace saber que lo necesitan para medrar, por lo que
la relación se vuelve interesada, tóxica. Aparecen los celos, las
amenazas, la manipulación. Hay quien puede pensar que el tratamiento
que da el autor a estas relaciones es anticuado, pero a mí me parece
que tampoco se ha avanzado mucho después de casi un siglo de haber
sido escrita esta novela. Recordemos la persecución que viven
actualmente los homosexuales en Rusia (y en muchos otros países, si
no en todos), hasta el punto de que recientemente el gobierno de
dicho país ha llamado la atención a un canal de televisón por la
emisión de la magnífica película "Les chansons d´amour" (uno de los mejores musicales de la historia del cine).
La razón aducida es que hace "propaganda de relaciones sexuales
no tradicionales" (como se suele decir: tócate los cojones).
Citaré un estracto de "Sodoma y Gomorra" respecto a la
forma en que se ven obligados a comportarse muchos homosexuales para
comprobar que las cosas siguen poco más o menos igual: "Tiene
que vivir en la mentira y el perjurio, pues sabe que se considera
punible y vergonzoso, por inconfesable, su deseo, ese deseo que
constituye para toda criatura el mayor gozo de vivir; que tiene que
renegar de su Dios, pues a los cristianos, cuando comparecen ante el
tribunal como acusados, les es forzoso, ante Cristo y en su nombre,
defenderse como de una calumnia de lo que es su vida misma; hijos sin
madre, a la que no tienen más remedio que mentir toda su vida y
hasta a la hora de cerrarle los ojos; amigos sin amistades, a pesar
de todas las que inspiran su encanto, frecuentemente reconocido, y
que su corazón, que suele ser bueno, sentiría; pero ¿se pueden
llamar amistades esas relaciones que no vegetan más que a favor de
una mentira y de las que, al primer arranque de confianza y de
sinceridad que se vieran tentados a tener, se verían rechazados con
repugnancia?". Palabras que describen perfectamente lo que siguen
viviendo, probablemente, la mayoría de los homosexuales. Qué pena.
P. S.: Espero que os guste el estracto de la película de Christophe Honoré.