viernes, 31 de mayo de 2013

Tierras reconquistadas al olvido

Hace algunas semanas envié un mensaje a un amigo informándole de que estaba leyendo "En busca del tiempo perdido". Le di mi opinión: "Es una obra sublime". Su respuesta fue la que merecía, algo así como: "SUBLIME, con mayúsculas, por favor". Y es cierto que ni siquiera ese término le hace justicia.
"Como decía ayer" (es una forma de hablar, claro), este mes toca "Combray", la cual se divide en dos partes: 
-Primera: El narrador recuerda, mediante la llamada memoria voluntaria, determinados hechos de su infancia, cuando su familia iba a pasar las vacaciones de Pascua en el pueblo de Combray (en realidad, se trata de Illiers, actual Illiers-Combray, donde pasaba dicha época del año Marcel Proust). Los recuerdos del narrador en esta parte son limitados, tan sólo se refieren al interior de la casa de una tía suya, en la que se alojaban él, sus padres, sus abuelos y algunas tías. Recibían pocas visitas. La de Carlos Swann (leo la traducción de Pedro Salinas, de ahí que no lo llame Charles) es la más destacada. Dichas visitas trastocaban los deseos del joven narrador, pues las noches que se daban, tenía que irse a la cama sin el ansiado beso de buenas noches de su madre. 
-Segunda: Es el momento de la famosa magdalena proustiana, la que en su edad adulta moja el protagonista en té y cuyo sabor le hace recordar, esta vez de manera involuntaria, algo que le es familiar. De repente, se da cuenta de qué es ese algo: cuando era niño, su tía Leoncia, una mujer neurasténica y pintoresca, lo obsequiaba con ese mismo tipo de bollo, mojado en té o en tila, dependiendo del estado de los nervios de su tía. Ese es el punto de partida que hace que se aparezca ante él el pueblo todo de Combray, con sus gentes y sus calles, sus casas y su iglesia (lo primero que ve el visitante cuando va llegando). Es como recobrar el paraíso perdido de la infancia, la época que marca el verdadero nacimiento a los sentidos del narrador: Se enamora por primera vez; aprende lo que es el arte y la necesidad de profundizar en las cosas para dotarlas de una mayor belleza; nos muestra la cotidianidad de Combray mediante comparaciones con obras literarias o pictóricas que elevan a sus vez las pequeñas anécdotas a la categoría de tipos, etc.
La novela está llena de personajes interesantes, divertidos, curiosos, cuya psicología es estudiada de manera genial. Toda ella es un canto a la belleza, a la vida calmada, a la infancia vista con nostalgia y como un momento clave en la formación de cualquier persona.
Si alguna vez me preguntaran en qué libro me gustaría vivir, es probable que contestara: "En Combray, durante las vacaciones de Pascua".

P.S.: Dejo mucho en el tintero, pero aún quedan 7 libros para hablar del estilo de Proust. Además, siempre trato de hacer entradas relativamente cortas y no demasido técnicas para que su lectura no se haga pesada. 

jueves, 30 de mayo de 2013

Escrito en el viento

Estaría bien saber que alguien siente hacia nosotros lo que transmite este poema. Eso sí, sin necesidad de morir previamente. (Debajo está la traducción, para los alumnos de Opening que se matricularon poco antes de su suspensión de pagos).

Funeral Blues- WH Auden

Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.

Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message He is Dead.
Put crepe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.

He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever: I was wrong.

The stars are not wanted now; put out every one,
Pack up the moon and dismantle the sun,
Pour away the ocean and sweep up the woods;
For nothing now can ever come to any good.

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Parad todos los relojes, cortad los teléfonos,
Impedid, con un jugoso hueso, que el perro ladre,
Callad los pianos y, con un apagado tamborileo,
Mostrad el ataúd, dejad que las plañideras se acerquen.

Que los aviones hagan círculos, gimoteando, sobre nosotros,
Garabateando por el cielo el mensaje: Ha muerto,
Poned crespones en los cuellos blancos de las palomas,
Dejad que los guardias de tráfico porten guantes de algodón negros.
Él fue mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste,
Mi semana de trabajo y mi descanso de domingo,
Mi amanecer, mi medianoche, mi voz, mi canción;
Pensaba que el amor duraría siempre: estaba equivocado.

No se desean ahora estrellas: apagadlas una a una;
Olvidaos de la luna y desmantelad el sol;
Lejos verted el océano y barred el bosque.
Pues ahora de ninguna manera pueden traer nada bueno. 

P. S.: Este hermoso poema, que aparece en la película "Cuatro bodas y un funeral", lo recojo del blog  http://obituariosurbanos.blogspot.com.es
Gracias a su autor. Está muy bien. Echadle un ojo.
Ah, en inglés es aún más hermoso, quizás en parte porque además rima.

martes, 28 de mayo de 2013

Leucina encefalina

Conocía lejanamente la obra del escritor australiano Peter Carey. Vamos, había visto la adaptación cinematográfica de "Oscar y Lucinda". Por eso, cuando me regalaron su última novela, "La naturaleza de las lágrimas", no sabía qué esperar. Para que eso no ocurra a mis lectores, que se cuentan por millones, con un ligero margen de error, les adelanto de qué va: Catherine Gehrig, la protagonista, es restauradora en el (ficticio) Museo Swinburne de Londres. Acaba de morir su compañero de trabajo Matthew Tindall, del que era amante desde hacía 13 años, o sea, toda una vida. Y eso es precisamente lo que siente que se ha ido con él: la vida que se habían construido juntos, en la que no había lugar para amigos, para familiares,... Tan solo, para ellos dos. ¿Cómo afrontar esa situación? Por sí misma, parece no poder. Por eso es su jefe quien le encarga un trabajo, la restauración de un autómata colosal, con la intención de que renazcan en ella las ganas de vivir mediante una nueva pasión. A partir de ahí, conoceremos otra historia igualmente apasionante, la del hombre que encargó dicho autómata con forma de cisne (él quería un pato) para salvar la vida de su hijo. Una historia que se remonta a casi 2 siglos atrás.
Nos hallamos ante una narración diferente, inteligentemente formulada, dividida en capítulos con el nombre de los protagonistas, Catherine y Henry, que nos habla desde el corazón: del sentimento de pérdida, del miedo a la muerte de un ser querido, de cómo aliviarlo en parte, del amor de pareja, del amor paterno y del amor al genio creador; de la amistad, de la sensación de aventura, de cómo influimos en las vidas de otros, de cómo nos desequilibran los sentimientos y un etcétera que podría llegar de aquí a Lima (me gusta esa expresión).
Vamos, que me ha cautivado. Tan sólo veo una pega: la traducción del título. El original es "The chemistry of tears", algo así como "La composición química de las lágrimas". Supongo que es menos comercial, pero se ajusta mejor al contenido de la novela. 
Después de leerla, me ha venido a la mente algo que considero reconfortante: todos tenemos a alguien a quien queremos o que nos quiere con la pasión que describe esta novela. Es bueno ser conscientes de ello.

lunes, 27 de mayo de 2013

Un amour à taire

Tengo una extraña tendencia: no suelo respetar a aquellas personas que no respetan a los demás. Ya sé, suena algo excesivo, pero uno no es perfecto. Por eso, cuando ayer vi la turba de presuntos homófobos que bañó las calles de París pidiendo que se prive a una parte de la población francesa de su derecho a casarse, no he podido ni querido evitar despreciar a esa presunta gentuza retrógrada que considera que sólo ellos han de gozar de determinados derechos y que, probablemente, querrían vivir bajo un gobierno presidido por la presunta neo-fascista Marie le Pen (ella niega serlo, pero, parecerlo, lo parece de aquí a Lima). Otra que me produce arcadas nada más aparecer en pantalla su sonrisa, que, como la de Montoro, evidencia su desprecio hacia las desgracias de sus conciudadanos. 
Ha tenido que ser un director tunecino, Abdellatif Kechiche, quien les recuerde a los franceses algo que muchos de ellos ya saben, pero que algunos olvidan: el privilegio que supone vivir en un país con un gobierno que respeta a las personas, sus derechos y sus libertades. Y es que, según él, lo que ha tratado de mostrar con su última película, la flamante ganadora de la Palma de Oro de la 66ª edición del Festival de Cine de Cannes, ha sido precisamente la libertad de que gozamos en los países civilizados para elegir a quién amamos, cosa que no ocurre en el suyo. Mis respetos.

P.S.: Por supuesto, la película a la que me refiero es "La vie d´Adèle". 

sábado, 25 de mayo de 2013

Tres tristes tigres

Me gustaría poder decir que descubrí por mí mismo al autor brasileño Michel Laub. Claro que también me complace tener amigos que me descubren obras dotadas del extraordinario valor literario de las suyas. Y es que, por mi cumpleaños, me regalaron ni más ni menos que 12 libros: uno de ellos, "Diario de la caída", la primera novela de este escritor publicada en España.
En ella se narra en primera persona (parece contener bastantes pinceladas de la propia biografía de Laub) la historia de una "caída", o sea, de un hecho en la vida del narrador, a la edad de 14 años, que lo ha marcado, convirtiéndolo en un fracasado emocional, además de en un alcohólico. Narra también la "caída" de su abuelo, judío prisionero en el campo de concentración de Auschwitz, que nunca pudo superar el recuerdo de sus días de cautiverio, cuya única ocupación tras éste parece ser escribir sobre el mundo que debió haber sido. Narra a su vez la "caída" del padre del protagonista, que también rememora en un diario su pasado (no entro en detalle sobre lo que le ocurre a este personaje, porque se descubre ya avanzada la novela). Las tres historias están interrelacionadas, casi como hechos causales. Casi.
A lo largo de la novela, se plantean múltiples cuestiones de gran calado: La influencia de la memoria en nuestras vidas y la tragedia de su pérdida; la herencia de traumas y miedos que muchos padres transmiten a sus hijos mediante la educación; la posibilidad de superar esos traumas y los adquiridos por uno mismo; la imposible viabilidad del ser humano (o eso afirma el narrador); la victimización del pueblo judío; el acoso escolar; la paternidad; el amor filial; el alcoholismo y la incapacidad del alcohólico de verse como realmente es; el amor a secas;...
Se trata, en suma, de una obra profunda, pero a la vez escrita de manera fluida (169 páginas que recuerdan formalmente otras novelas como "Seda" o la recientemente aquí reseñada "Tu rostro será el último", con muchas divisiones y subdivisiones: "Cosas que sé sobre mi abuelo", "Más cosas que sé sobre mi abuelo", "Cosas que sé sobre mí", "Más cosas que sé sobre mí", etc.), en la que podemos sumergirnos con la consciencia de no estar perdiendo nuestro tiempo. Excelente.
Por si quedara alguna duda sobre las intenciones de Michel Laub, éste dedica "Diario de la caída" a su padre.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Otro capricho

Añado esta foto de la cementera que me trae recuerdos de infancia.
Ya que la mostré de noche, hoy toca de día (aunque no en color. Así conserva su encanto).
Parece apartada del mundo, tan lejana. Igual que mi infancia, ya.
(Sueno cursi, pero recordad que éste es un blog sobre Literatura.
Hay que darle algo de aliento a las imágenes mediante la palabra).

Un capricho

Hoy es mi cumpleaños, o sea, que se me permite todo y se me aguanta más. Así que toca maltratar a mis lectores a base de fotazas. Ahí tenéis vuestro castigo. (Os recuerdo que mi blog pone la fecha que le sale de sus partes pudendas. En realidad, es 15 de Mayo. Sí, soy tan cinéfilo que cumplo años al tiempo que se inaugura el Festival de Cine de Cannes).
Espero que guste el "castigo".

sábado, 11 de mayo de 2013

Ciudad portuaria

El puerto de Arguineguín no es especialmente bonito, pero creo haber captado una imagen con encanto en esta foto nocturna tomada hace un mes. Titulo esta entrada con el nombre de una película de Ingmar Bergman con la intención de teñir la foto con una pátina artística, aunque sea mediante el reflejo de las turbias aguas del cine del genio sueco.

viernes, 10 de mayo de 2013

À perdre la raison

Ya he dejado dicho en una entrada anterior que valoro sobremanera la forma en que una historia es contada. Tanto para bien, como para mal. Y el caso de la última película de Terrence Malick es el de para mal. Veamos a lo que me refiero: "To the wonder" muestra cómo un hombre (Ben Affleck) y una mujer madre soltera (Olga Kurylenko) viven un amor de anuncio de perfume en un París de postal. Todo es hermoso, todo está primorosamente filmado. Pero hay algo que no acaba de cuadrar. Hay un exceso de euforia, incluso un infantilismo en ella. Luego deciden irse a vivir al país de éste, a un pueblo medio desolado, un tanto aséptico, en el que poco a poco la felicidad va quebrándose. La hija de ella quiere volver a Francia y se van ambas. Pero la madre acaba regresando a EEUU (mientras, él ha retozado un poco con un antiguo amor). Entonces ya todo se ha acabado. Ella pasa de los estados de euforia a los depresivos. Y así hasta rozar la locura (incluso busca consuelo en la religión).
La historia, de marcado carácter autobiográfico (da la impresión de que Malick quisiera ajustar cuentas con su pasado), no está mal, resulta interesante. Sólo que las imágenes son reiterativas, la cámara corre en pos de los actores de manera cansina y constante (me costó horrores terminar de ver la película), los diálogos son casi susurrados (sólo la actriz italiana habla de manera normal, único momento en que pude descansar el oído, tras tanto aguzarlo), no hay un plano encuadrado de manera clásica (o sea, encuadrado de verdad), la historia es más insinuada que contada, se plantea la cuestión de la fe de una manera que ya ha sido planteada anteriormente con mucho mayor acierto y profundidad, por ejemplo, por Unamuno en "San Manuel Bueno, mártir" (ese cura que quiere creer, mas es incapaz de ello, encarnado penosamente por Javier Bardem en una de las peores interpretaciones de su carrera), etc.
En suma, quitando muchas cosas, todas formales, (dos de ellas serían media hora de metraje y el uso abusivo de la steadycam) y subiendo la voz los actores, a este gran director le habría quedado una obra disfrutable y no una gran plasta pseudointelectual. Pero él prefiere seguir por este camino en el que parece estancado.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Propósito oportuno


El año pasado, cuando uno de mis dos mejores amigos cumplió años, le regalé la edición en un solo tomo de "À la recherche du temps perdu", la cual tiene más de 2400 páginas y de la que muchos pensaron que era un magnífico libro con el que calzar la pata coja de una silla. La cuestión es que yo aún no lo he leído (la versión en castellano, pues mi nivel de francés es muy básico), así que, dado que este mes quien cumple años soy yo y que "En busca del tiempo perdido", de Marcel Proust, está dividido en 7 novelas, una de las cuales, la primera, es subdividida tradicionalmente en 2 partes, he pensado que éste sería el momento adecuado para cumplir mi propósito mil veces postergado de leer esta obra cumbre de la Literatura Francesa, a ritmo de una parte cada mes, o sea, durante lo que queda de año. Y lo dejo por escrito para que todos os podáis burlar de mí si no lo consigo. 
Así pues, este mes (ya mayo, a pesar de lo que diga mi blog) toca "Combray", de "Por el camino de Swan". Será casi una relectura, pues lo he comenzado varias veces y todas me ha gustado. Lo he dejado más bien porque soy algo dilettante. Trataré de ser más formal esta vez.