Millones de lectores esperan cada mes
este momento: la publicación de una nueva entrada sobre "En
busca del tiempo perdido" (vale, quizás se trate de más gente,
pero prefiero ser humilde). Esta vez toca hablar sobre "Unos
amores de Swann" y "Nombres de tierras: El nombre".
(Probablemente, sería mejor traducir el primer título, como hacen algunas
ediciones, como "Un amor de Swann", porque Proust usó el
singular en francés y la historia gira en torno a una sola
relación, pero así son nuestros amigos de Alianza Editorial).
"Unos amores de Swann" narra
el proceso de "enamoramiento" (yo lo llamaría obsesión)
de Carlos Swann por Odette de Crécy. Lo cual ocurrió hacia el tiempo en que nació el narrador. Trataré de hacer un resumen sucinto, pues
prefiero que el lector descubra cada detalle por sí mismo. Comenzaré diciendo eso, que, a pesar de que en muchas ocasiones se habla de amor
en esta novela, difícilmente podría encontrarse en ella algo que
vaya más allá del intento de posesión, de una obsesión, de una
relación enfermiza (probablemente Swann se refiera más veces a ella
como a una enfermedad que como a un amor) y de los celos y del
sufrimiento que ellos provocan. En este libro no encontramos las altas dosis de humor
de la primera parte, salvo en la descripción de algunos personajes que pueblan la
tertulia de los Verdurin, en la que se conocen los protagonistas de
esta historia. Y es que, además de la relación entre Swann y
Odette, también nos encontramos ante una descripción del mundo de
los salones, tanto aristocráticos como burgueses, a los que tan
asiduo fue Marcel Proust. El conocimiento en detalle de estos
ambientes y de los diferentes estadios del amor que muestra su autor
convierten esta obra en una de las mejores novelas de la literatura
francesa de la primera mitada del s.xx., según la lista del Grand
prix des Meilleurs romans du demi-siècle.
Carlos es un conquistador adinerado y
no le importa que una mujer esté con él por su dinero. De hecho,
considera que esa es su característica más duradera: si están con
él por eso, no importa si se hace viejo, la mujer que ame seguirá
con él (todavía os preguntaréis por qué no veo amor por ninguna
parte). Y Odette es una mujer coqueta e interesada, una mantenida que
vive de los hombres. Qué buena pareja harían, si Carlos no acabara
cayendo en desgracia a ojos de los Verdurin por opinar de manera
diferente a ellos. A partir de ese momento, su "amada" se
irá acercando al conde de Forcheville, también asiduo a la
tertulia, lo cual desata los celos del primero.
Nos encontramos, sobre todo
(en realidad en el conjunto de novelas que forman "En busca del
tiempo perdido"), ante un estudio de la psicología humana expresado
con frases tan certeras como: "Swann no hacía porque le
parecieran bonitas las mujeres con que pasaba el tiempo, sino que
hacía por pasar el tiempo con las mujeres que le habían parecido
bonitas"; "pertenecía a esa clase de hombres inteligentes
que viven sin hacer nada, en ociosidad, y buscan consuelo y acaso
excusa en la idea de que esa ociosidad ofrece a su inteligencia temas
tan dignos de interés como el arte o el estudio"; "como si
[...] conociera lo vano de la felicidad"; "desde que se
fijó en que Odette era para muchos hombres una mujer encantadora, y
codiciable el atractivo que para ellos ofrecía su cuerpo, despertó
en Swann un deseo doloroso de dominarla enteramente",... Quizás
una de las mejores frases sea aquella con que se cierra la narración. Pero
tendréis que leer el libro para saber cómo termina. Mis labios
están sellados.
"Nombres de tierras: El nombre"
transcurre durante la adolescencia del narrador. En él, nos habla de
lo que suponen los nombres en su vida, del carácter evocador y
simplificador de ellos, de cómo el nombre de Florencia le habla de
"una ciudad de milagrosa fragancia y semejante a una corola,
porque se llamaba la ciudad de las azucenas y su catedral la
bautizaron con el nombre de Santa María de las Flores". Y también de cómo la realidad siempre hacía que se sintiese defraudado frente a la idea que se había formado de estos lugares. Tantas
ciudades y tantos nombres. Hasta que uno que no le evoca nada, los
Campos Elíseos (lugar a donde lo lleva a pasear Francisca, antigua
empleada de la tía Leoncia que conocimos en Combray) lo acerca otro,
Gilberta, objeto de su amor. Gilberta también va a los Campos
Elíseos a jugar con sus amigas e invita al narrador a que se les
una. Así éste retoma el amor que ya sintió por ella en el libro
anterior. Se trata éste, sí, de un amor inocente y real que basta
para ser alimentado con la sola mención de ese nombre: Gilberta. O
de su apellido: Swan. Y es que se trata de la hija de Carlos y
Odette, ya mayores y sin trato con la familia del narrador.
Sobra decir que sigue pareciéndome que
estamos ante una obra SUBLIME, riquísima, de una profundidad poco
habitual, en la que, pasado ya casi un siglo de su publicación,
podemos reconocernos en ciertos aspectos y reconocer características
de aquello y aquellos que actualmente nos rodean. El de Swann no es
realmente un amor, pero sí que podemos aprender de esta obra qué
errores no cometer cuando nos enfrentamos a él.
P.S.: Pido disculpas si soy incapaz de
transmitir como se merece los valores literarios de la obra de
Proust. Tomaos estas entradas tan solo como una invitación a su
lectura.
Incluyo un enlace a un vídeo del pasaje musical que tanto conmueve al protagonista. Quizás os interese a quienes hayáis leído la novela.
https://www.youtube.com/watch?v=u-F98knpuRQ
Ah, la foto es de Charles Haas, en quien se inspiró Proust para crear el personaje de Carlos Swann.
Incluyo un enlace a un vídeo del pasaje musical que tanto conmueve al protagonista. Quizás os interese a quienes hayáis leído la novela.
https://www.youtube.com/watch?v=u-F98knpuRQ
Ah, la foto es de Charles Haas, en quien se inspiró Proust para crear el personaje de Carlos Swann.