jueves, 21 de noviembre de 2013

Más Tarraco Nova


Esta foto muestra lo afortunados que somos  por estar  rodeados de Historia. Y la poca fortuna que tiene la Historia por estar rodeada de progreso.
Para aquellos que echaban de menos las ruinas en la anterior entrada dedicada a Tarragona.
(Las ruinas con sus inevitables turistas).

P.S.: La fotografía es de una visita que hice a la ciudad en 2007. Se nota que todavía no se había pinchado la burbuja inmobiliaria.
Lo de antiguo anfiteatro queda raro, lo sé. Pero creo que todos tenemos claro que me refiero al anfiteatro romano.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La luz de tu mirada


Fotografiar el reflejo de una vela en una pupila con tanta precisión resulta imposible (creo).
Pero para eso está el artificio.

P.S.: Parece claro que carezco de estilo propio. El resultado de cada foto es un misterio para mí mismo.
Por cierto, ya sé que, de ser un ojo real, le faltarían iris y cristalino. Pero es que tampoco se puede pedir tanto a un simple aficionado.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Comme une image


Vuelvo mis pasos sobre una fotografía ya publicada parcialmente. Considero que el resultado de la nueva edición tiene suficiente encanto como para mostrarla de nuevo. Me recuerda un poco a una acuarela.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Cualquier día es bueno

Hoy es un día de lluvia, por lo que, lógicamente, esta foto no está recién sacada. Espero que sirva para alegrar el día gris a mi mejor amiga y para que sepa que la quiero. Porque no hace falta una fecha señalada para decirlo. Un besazo, Chonita.

viernes, 15 de noviembre de 2013

El club de la rosa


El 23 de octubre de 2012, publicaba en este blog una reseña sobre la novela "Rosa candida", de Auður Ava Ólafsdóttir. La conclusión a la que llegué fue que, pese a parecerme una obra fallida, podría sacar algo bueno: con ella iniciaría una especie de club de lectura con mi mejor amiga. Podría decirse que soy una persona lenta, pero de ideas fijas, porque hoy le toca el turno al segundo de una serie de libros, de número incierto, en los que se centrará lo que he decidido llamar "El club de la rosa": lecturas conjuntas que trataré de realizar con la Chona Mayor.
Esta vez, se trata de una especie de reportaje de investigación cuya excusa resulta algo peregrina: ¿Podría haber transportado un antiguo amante de Lorca sus restos mortales a Uruguay más de una década después de su muerte para enterrarlo detrás del primer monumento en su honor erigido en tierras americanas? Imposible comprobarlo, al menos sin la improbable colaboración de sus herederos (los del poeta granadino). Si todo el libro girase en torno a esta "teoría de la conspiración", el resultado habría sido una pérdida inútil de dinero y esfuerzo; pero su autor, el peruano Santiago Roncagliolo, ha sabido dotar de personalidad e interés a esta obra de encargo. Su título: "El amante uruguayo. Una historia real".
En ella, nos encontramos como personaje principal al escritor uruguayo Enrique Amorim. Considerado por muchos como un pésimo poeta y un prosista más bien mediocre, su compatriota Mario Benedetti decía de él que era un autor "de extraordinarios fragmentos", "pero también de grandes pozos estilísticos". Sólo sus narraciones sobre gauchos llegaron a alcanzar un poco del prestigio que siempre buscó. Millonario y comunista, casado (con Esther Haedo, prima de Borges) y homosexual, cosmopolita que acabó sus días en su Salto natal,... Amorim es descrito como una persona llena de incoherencias, razón por la que muchos no lo tomaban en serio. Otro epíteto que posiblemente lo describiría es el de testigo. Y es que fue una especie de "Zelig", una presencia habitual en los ambientes cultos, que, al parecer, tuvo un trato muy íntimo con Jacinto Benavente y con García Lorca cuando visitaron Argentina (para el segundo, su estancia en dicho país supuso un éxito apoteósico, su primer baño de masas y convertirse en estrella mediática); fue amigo de Borges (asistió al más importante cambio en la trayectoria literaria de éste, producida tras un viaje a la frontera que hicieron juntos, donde presenciaron un asesinato) y condenó con él el régimen peronista; ayudó a Neruda en su huida al exilio y acabó despreciándolo (tras leer que Neruda metía a vivir en su casa a su amante mientras su esposa lloraba junto a la cuna de su hija con hidrocefalia, parece difícil no condenar ciertas actitudes del poeta chileno, al que, por otra parte, siempre se le agradecerá lo que hizo por los republicanos españoles cuando fue embajador de su país en París); se relacionó con Picasso y con Louis Aragon (ambos destacados comunistas) e incluso participó en la reunión secreta que mantuvo el primero con Chaplin (en las memorias del cómico inglés lo confunde con Sartre, o eso deduce Roncagliolo); fue protegido de Horacio Quiroga (cuya existencia no pudo ser más trágica: "Su padre se pegó un tiro cuando él era apenas un bebé. Su padrastro quedó semiparalítico cuando él era un adolescente, y se suicidó en su presencia con la misma escopeta que su padre. Dos de sus hermanos murieron prematuramente. Su primera esposa se envenenó. Alfonsina Storni, con quien vivió un romance, se ahogó. Sus hijos se suicidaron");... De esta manera, a lo largo de las más de 300 páginas que forman este libro, repasamos algunas de las anécdotas más jugosas de algunos de los personajes más destacados del mundo de la cultura de la primera mitad del s. XX.
La conclusión a la que podemos llegar tras la lectura de este extenso y muy documentado reportaje (o ensayo o lo que sea), queda plasmada por su propio autor en las siguientes palabras: "En realidad, la gran obra de Amorim fue su propia vida", "Y su principal importancia sería ayudar a conservar la memoria de los personajes que frecuentó".

P. S.: Como veis, "El club de la rosa" ha elegido mejor esta vez. Por supuesto, "continuará".
Ah, creo que la foto fue tomada en "Las Nubes", residencia de Amorim en Salto, Uruguay, declarada monumento histórico nacional.
Me he prohibido hablar de la polémica provocada por "El amante uruguayo" en dicho país, porque pienso que es meterme en cuestiones ajenas a la obra y, además, Roncagliolo aclara en ella que muchas de sus afirmaciones son en realidad conjeturas.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las dos caras de la verdad


Lo sé. Esta reseña es algo tardía. Escribo sobre "Gravity" cuando ya ha pasado el tiempo de promoción, pero es que no pertenezco al departamento ídem de la película. Lo que motiva mi retraso es que no sabía cómo enfrentarme a la redacción de esta entrada. La solución ha sido salomónica: Cortar al niño por la mitad. O sea, primero hablaremos de su protagonista y, luego, de la obra en conjunto:

A pesar de Sandrita Bullock: Desde que Marisa Tomei ganó hace 20 años el Oscar como mejor actriz de reparto por "Mi primo Vinny" (aquello parecía una tomadura de pelo por parte de Jack Palance, que fue quien lo entregó), no se había dado el caso de un Oscar a una actriz más sospechoso que el concedido a la Bullock por poner acento sureño en "The blind side", que en España se llamó "Un sueño posible" (sí, señores y señoras, la reina de la comedia romántica arrebató el Oscar a Meryl Streep y a Helen Mirren. Supongo que ellas todavía estarán procesando la información, como ocurre con los chistes sin gracia).
El caso es que a Alfonso Cuarón alguien debió decirle que esa mujer con cara de palo, pero que se conserva bastante bien para haber cumplido 49 años (lo que daría yo por tener unos muslos tan musculosos como los suyos), era la opción ideal para protagonizar su última película. No es que se trate de un error garrafal de reparto. Es sólo que, al menos yo, no pude evitar tomarme "Gravity" como una metáfora de la carrera de Sandra Bullock: ella dando tumbos en medio de la nada que ha supuesto su paso por el cine. Probablemente no fuera la intención de Cuarón que a algunos nos resultara risible ver cómo esta "actriz" se golpea una y otra vez contra estaciones espaciales. Pero es que cumple un sueño (algo cruel, quizás) que muchos albergábamos desde hace años. (Lástima que ya no haya más secuelas de "Saw". Habría sido la víctima perfecta).

La película: Hay que ser un magnífico director para conseguir hacer de una historia tan simple como la que cuenta "Gravity" (una lluvia de asteroides mata a la mayor parte de la tripulación de una estación espacial y los supervivientes tratan de volver a la Tierra) una estupenda película. No basta con los medios que se presuponen a una empresa de esta envergadura para conformar el espectáculo que se desarrolla ante nuestros ojos (por fin un 3D más que justificado). Quien maneja la batuta ha de dominar el tempo; ha de saber ir de lo inmenso del espacio a lo minúsculo de una lágrima que flota en el vacío; o sea, ha de poder digirir a un gran equipo, pero a la vez ha de conseguir que los personajes transmitan emociones. Cosa en la  que Cuarón siempre ha sido un maestro.
No quiero obviar la función de la banda sonora de Steven Price (carente de percusión por decisión de Alfonso), a veces demasiado evidente, pero que en conjunto engrandece el resultado final.
Parece innecesario decir que "Gravity" es una de las mejores películas del año, aunque haya más en ella de artificio que de contenido. Pocas veces como ésta, el puro espectáculo está tan justificado.

P.S.: Vale, lo sé. Tengo fijación por los parecidos razonables (y este blog está degenerando un poco por ello). Lo peor es que también me ocurre con las personas que me rodean y he de callarme para no ofender. Pido disculpas a mi legión de lectores por no saber contenerme. Ah, sí, el fotomontaje es cutre porque lo hice yo mismo.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Bocachocho: una reflexión


Muchos tendréis el placer de no haber oído hablar en vuestra vida de Chabeli Navarro. No le dedicaré mucho tiempo en este blog (ni en el resto de mis actividades diarias). Hoy la vi por primera vez (no diré "cambiando de canal", porque, ¿quién me creería?). La cuestión es que no pude evitar encontrarle un notable parecido con la grandísima Isabelle Adjani. Y me dije: "¡Qué lástima que, en su camino a la fama, esta chica haya decidido que en las únicas cosas que quiere parecerse a una de las leyendas del cine galo sea en, a causa de alguna operación o tratamiento estético chungo, dejarse esa bocachocho y la cara hinchada cual muñeco Michelin! Bueno, también comparten nombre, pero ella ha optado por degradarlo y usar un horrendo diminutivo. En cuanto a carecer de estilo, supongo que no será intencionado. Lo que sí tengo claro es que, a sus 58 años, me quedo con Isabelle de aquí a Lima". 
He investigado. Os la presento: Se trata de una ex de Paquirrín que ha pasado por Hombres, mujeres y viceversa y por Perdidos en la tribu. Ése es su currículum. El de Adjani incluye 2 nominaciones a los Oscar,  8 a los César (ha ganado en 5 ocasiones), 2 David di Donatello, ser premiada como mejor actriz en los festivales de cine de Cannes y Berlin y multitud de otros premios. Lamentablemente, la mayoría de los adolescentes españoles han de conocer sólo a la primera, pero en este blog, podemos decir con orgullo: Te adoramos, Isabelle.

viernes, 1 de noviembre de 2013

La consecuencia insoportable de un gran amor


A medida que avanza "En busca del tiempo perdido", podemos llegar a una conclusión no del todo obvia: Proust carecía por completo de sentido del pudor. Faltaban segundos, y a mí la respiración, cual corredor de fondo, para que llegara el mes de octubre a su fin, cuando el protagonista de "La prisionera" decía ante mis ojos las últimas palabras del quinto o sexto tomo (depende de la edición que manejemos), esas en las que trata de mostrar que aún conserva algo de amor propio: "Déjeme un momento, luego la llamaré". Difícil tarea, pues durante toda la novela ha expuesto sus miserias sentimentales.
Pero hagamos un poco de balance de los hechos, antes de conocer la razón de esas palabras: Al final de "Sodoma y Gomorra", el narrador (su autor deja claro en este volumen que no se trata de él mismo) está decidido a casarse con Albertina, no porque la ame, sino movido por los celos, por una ansia de posesión (pues sólo cree amarla cuando parece que puede perderla). Así que vuelven juntos a París, a casa del protagonista. Su madre está de viaje en Combray, de visita a un familiar enfermo, por lo que quedan prácticamente solos para hacerse daño mutuo. Durante el tiempo que comparten, siguen las mentiras de ella y algo casi peor, el descubrimiento por parte de él, a través de terceros o de algunas frases sueltas e incoherentes con lo que ha dicho anteriormente por parte de ella. Digo que lo peor, porque ahí comienza una necesidad morbosa por reconstruir el pasado, por rehacer la memoria buscando la verdad. Surgen preguntas nuevas y respuestas que parecen sinceras o que quizás lo son en parte: medias verdades que tratan de cubrir otras mentiras. Es éste un auténtico ensayo sobre el engaño. El narrador rompe con su amada, vuelve, rompe nuevamente. La descripción es tan detallada que resulta imposible que Proust no esté narrando su propia vida sentimental. ¿Cómo conocer, si no, hasta el último resorte que mueve el comportamiento del celososo patológico? De ahí que considere que Proust carecía de pudor.
Nuestro protagonista llega a la misma conclusión a la que puede llegar el lector: Es tan prisionera Albertina, espiada constantemente en sus actos diarios, como él, cautivo de los celos. A veces, podemos tener la impresión de que ella va a cambiar, de que procurará hacerlo feliz siéndole fiel y sincera. Pero se trata de un espejismo. Lo cual no evita que él busque cualquier asidero para poder creer en ella tras cada mentira.
Al final, quizás por el cansancio provocado por la repetición de estas escenas incómodas; porque comprende que no va a cambiar nunca, pues conoce su propia naturaleza; porque siente el peso de esa vivienda-celda, a pesar de los caprichos que su "carcelero" le consiente, Albertina huye un día al amanecer (quedando sus razones envueltas en el mistero, como ocurre habitualmente en estos casos). Es al despertar el personaje principal, cuando su fiel criada, Francisca, le anuncia la partida de su huésped y él, para no dejar entrever su estado de ánimo derrotado, le responde con toda naturalidad para que ésta se retire sin sospechar lo que hay tras sus palabras.
Y es que, como ya nos avisaba al comienzo el narrador: "Al dejar Balbec, había creído dejar Gomorra, arrancar Gomorra a Albertina; pero, ¡ay de mí!, Gomorra estaba dispersa en los cuatro extremos del mundo".

P. S.: Como sé que hay quienes, a pesar de todo, siguen pensando que Marcel Proust no resulta moderno y no es divertido (por momentos), citaré parte de un diálogo de "La prisionera" con la esperanza de que cambie esa impresión que quizás aleja de él a muchos lectores:
"En mi tiempo, los homosexuales eran unos buenos padres de familia y no solían tener amante más que como tapadera. Si yo hubiera tenido una hija que casar, habría buscado un yerno entre ellos para estar seguro de que no sería desgraciada".