miércoles, 31 de octubre de 2012

Rebelde sin causa o Carpe diem

En 1957 fue publicada por primera vez "En el camino", de Jack Kerouac. Y en 2012 yo me pregunto qué falta por decir sobre esta obra. Son lugares comunes definirla como la Biblia Beatnik o la obra que marcó a la Generación Beat; hablar de su carácter semi-autobiográfico; de su apuesta por una forma de vida bohemia alejada del american way of life.
Sobra decir que todos los elogios posibles hacia ella están más que justificados.
Se trata de una novela cuya narrativa minuciosa y torrencial cuenta los viajes de Sal Paradise por EEUU y Méjico, a los que se une una cohorte de personajes, principalmente Dean Moriarty, líder carismático, casi mesiánico, en los que se suceden las correrías, con estafas, robos, sexo, drogas, música, amor y amistad. Además de un marcado individualismo que lleva a romper esas amistades y esos amores, que nacen de la noche a la mañana o incluso en un abrir y cerrar de ojos, con la misma facilidad con la que son creados.
Es un canto a lo trivial y a lo profundo. O como decía Oscar Wilde: "La piel es lo más profundo de los seres humanos".
Todos los personajes de la novela están basados en alguien real: Sal es el propio Kerouac; Dean es Neal Cassady; Carlo Marx es Allen Ginsberg, y así hasta más de 50.
Resulta llamativo que hace pocos años apareciera y fuera publicado el rollo original, sin censura, de "En el camino", pues en la versión anterior, que es la que he leído, no se aprecia ningún resquicio de censura: campan por ella el consumo de drogas, la libertad sexual, el gusto y la aprobación del deseo hacia las menores (a partir de los 13 años a nuestros protagonistas les parece bien hablar de las adolescentes como objetos sexuales), el robo y la estafa vistos con buenos ojos, la alabanza implícita de la total irresponsabilidad (Dean deja de pagar los alimentos de sus hijos por comprarse un coche), la prostitución de menores como algo apreciado y apreciable; el uso reiterado de tacos; la corrupción policial,... En suma, una muestra más de que moral y arte no tienen por qué ir de la mano, aunque no todos los autores tengan la valentía que tuvo Jack Kerouac a la hora de plasmarlo. 

martes, 30 de octubre de 2012

La rosa púrpura de El Cairo

Ruby Sparks es la segunda película de los directores de Pequeña Miss Sunshine, esa joya del cine indie que en 2006 se convirtió en todo un éxito de crítica y público. Han sido 6 años los que esta pareja ha tardado en encontrar una historia que los animara a volver a dirigir. Su protagonista femenina, Zoe Kazan, es autora del guión y pareja en la vida real del protagonista masculino, Paul Dano. Recordemos que este mismo actor también participó en la opera prima de Jonathan Dayton y Valerie Faris, los directores.
Se trata de una película divisible en dos partes: la primera, brillante, en la que un joven escritor, tras su debut con una novela considerada como un clásico de la literatura americana, no consigue crear nada nuevo. Hasta que un día tiene un sueño y eso lo inspira. En el sueño aparece una chica, Ruby, que es desarrollada en el nuevo libro que prepara Calvin, el autor bloqueado. Otro día se encuentra una chica en su apartamento que resulta ser precisamente el producto de su imaginación,  y ,como tal, hace lo que él escribe que haga. Es, para él, la novia perfecta.
La segunda parte se toma más en serio a sí misma: la relación deja de ser idílica, hay cosas de Ruby que disgustan a Calvin y cosas de Calvin que disgustan a Ruby. Pero a Calvin le basta con escribir unas líneas de su novela para que cambien los actos, los estados de ánimo, la forma de ser de Ruby. Es aquí donde la historia se vuelve peliaguda: ¿habla de la dominación de la mujer, de la creación literaria, de la dificultad de las relaciones amorosas, de la imposibilidad del amor inmaculado? Para mí este giro de la película la vuelve agobiante. El ambiente creado, original, liberador, mágico, se vuelve opresivo. Es una lástima, porque hubiera podido tratarse de uno de esos films que te hacen salir del cine sintiendo que has atrapado un poco de la felicidad que reflejan.
Todo ello no me impide ser consciente de las maravillosas actuaciones de Paul Dano, especie de Woody Allen contenido, Zoe Kazan y el resto del reparto. Además de apreciar la propuesta narrativa y la puesta en escena. Y la música, tan luminosa,  parte indispensable de los mejores pasajes del film.

martes, 23 de octubre de 2012

Rosa, rosae

Mi mejor amiga, que es bibliófaga confesa, estaba leyendo "Rosa candida", de la islandesa Auður Ava Ólafsdóttir (ni idea de cómo se pronuncia) y me picó la curiosidad. Ya había visto el libro y me había llamado la atención su portada. 
Lo primero es lo primero, mi opinión: Me parece entretenido, diferente a lo que suelo leer, pero no diría que merece el bombo que se le ha dado en cuanto a premios (existe la teoría de que la mayor parte de éstos se debe a la traducción en francés, sin ser mala la española).
La novela comienza con una muerte, o la referencia a ésta, la de la madre del protagonista, un auténtico inútil (los hombres no salen muy bien parados), que va aprendiendo con pasos de bebé, como dicen los anglosajones. La escena en la que se narra dicha muerte resulta emotiva y sincera. Tras ella, Arnljótur, el personaje principal y narrador, decide abandonar su casa para viajar a otro país que parece de cuento o de narración medieval (aunque con los adelantos actuales) y cuidar de un jardín mítico en un monasterio donde lo acogen sin reservas. Al llegar a su destino, su pasado vuelve a él para cambiar su presente y marcarlo con una nueva vida, la de su hija, de pocos meses, fruto de un embarazo no deseado con una desconocida. (No evito contar datos importantes, porque se explican al principio de la historia).
La estructura de la novela, en pequeños capítulos y narrada de manera ágil, es uno de los ingredientes que la hacen entretenida, pero a la vez supone su mayor defecto, porque en este caso entretenida es sinónimo de ligera. De todas formas, si lo que se quiere es pasar un rato pensando sólo un poco, no es mala elección.
Probablemete lo mejor que he sacado de esta novela haya sido el comienzo de lo que espero que sea un pequeño club de lectura con mi mejor amiga.Y es que de casi todo podemos obtener algo bueno.

domingo, 21 de octubre de 2012

La semilla del diablo

Ridley Scott es un director más que irregular, capaz de dirigir tontadas como La teniente O´Neil (cuyo título en inglés es aún más penoso: G.I. Jane) y obras maestras como Thelma y Louise. Pero, probablemente, lo más memorable de su obra es su aportación a la Ciencia Ficción: Alien y Blade Runner. En ambos casos, por el inmenso poder visual de sus imágenes, por la capacidad de crear nuevos mundos. Es algo que repite con la impresionante Prometheus. 
No soy dado a admirar este género ni en la literatura ni en el cine, porque siempre busco algo más. Por eso me suelen parecer películas y libros planos. No es el caso de la última producción de Sir Ridley Scott. En ella, de manera orgánica, nos introduce en el futuro, en un planeta que parece el nuestro, pero en sus condiciones más extremas, las que podríamos encontrar en Islandia, por ejemplo. Son estos un futuro y un planeta en los que el Mal en estado puro está presente en todo momento; el Mal que atrae a un grupo de científicos que buscan el origen de la vida en la Tierra; el Mal que invade a algunos de los pasajeros de la nave Prometheus (literalmente, se adentra en ellos); el Mal como fuerza de la Naturaleza cuyo único objetivo es terminar con la vida que ha creado. Quizás porque la considere un error, un experimento fallido.
Se trata, pues, de una precuela de la fundamental Alien, el octavo pasajero, que supone un digno punto final tras la absurda deriva a la que había sido abocada la saga.

¿Qué fue de... Juliette Binoche?

Siempre he pensado que Juliette Binoche es una de las mejores actrices de la actualidad. Y eso a pesar de que últimamente se empeña en demostrar lo contrario. O quizás se empeña en demostrar lo gran actriz que es llegando al patetismo de la sobreactuación (véase el caso de "Copia Certificada"). 
Me pregunto qué la habrá llevado a participar en "Cosmopolis", cuyo papel no aporta nada a la película y que sin su nombre hubiera olvidado segundos después de haberla visto. ¿Cómo se explica su participación en la insulsa "Ellas", cuyo único mérito está en que tiene un buen cartel promocional y que no es más que una sucesión de testimonios morbosos de distintos tipos de prostituta? ¿Quién la engañó para que aceptara salir en "The son of no one", engendro que sólo serviría para ser emitido los sábados por la tarde en Antena3? Acaso resulta justificable su participación en la tontada La vie d´une autre por una cuestión de amistad. Debería algún favor a su directora, que ya podría haberse dedicado en exclusividad a la interpretación, o le haría ilusión hacer de esposa del actor que presta su imagen al perfume Miracle (ella es imagen de Poême, ambos de Lancôme). ¿Cómo describir "Shirin"? Bueno, no es tan difícil: la cámara enfoca todo el rato las caras de las mujeres que se encuentran entre el público de una representación teatral: una de ellas la de la ínclita Juliette Binoche.
¿Por qué nos hace esto?, me pregunto. Porque es cierto que ha tomado en el pasado decisiones basadas en lo puramente comercial: caso de Jet lag o Romance en Nueva York. Pero es que actualmente elige películas que a priori no van a dar un duro, minoritarias y carentes de interés. Su última perla es que va a protagonizar la próxima película de uno de los enfants terribles del cine francés, el oscuro y perturbador Bruno Dumont, siempre presto a epatar. Esperemos que ello suponga una vuelta a los orígenes para la actriz gala.
Sólo me queda añadir una última pregunta: Con lo buena que era tu carrera, Juliette, llena de obras notables (Las horas del verano, Breaking and entering, Caché, El paciente inglés, Tres colores, Herida, Los amantes del Pont Neuf, La insoportable levedad del ser, Mala sangre,...), ¿por qué estropearlo de esta manera? Haznos un favor, por el bien de la Historia del Cine, tómate un descanso. (Esta última frase se la copio a unos amigos).

El mar de los pensamientos

Después de leer una obra como "Archipiélago del insomnio", de António Lobo Antunes, uno sólo puede apuntar algunas ideas, tal es la bastedad de la tarea que supondría un análisis siquiera somero.
El título, la referencia isleña, remite, como la identidad portuguesa, al mar, a una vida de cara a él. Pero no se trata en este caso de un mar o un archipiélago exterior, sino, creo entender, el de los pensamientos inconexos de las diferentes voces que nos hablan desde las páginas de esta novela.


Es evidente y reiterada la comparación con el mundo de Faulkner, con el niño autista por antonomasia, Benjy Compson, de "El ruido y la furia", en la que también asistimos a la decadencia de una familia; y con su manera de "narrar", tan influida por el Ulises de Joyce y la obra más experimental de Virginia Woolf. También resultan claras las afinidades con el Juan Rulfo de "Pedro Páramo" y su ambiente fantasmal. 
En casi cada una de las páginas de "Archipiélago del insomnio"  aparece la muerte. Resulta avasalladora su presencia. Pero, a la vez, necesaria para hablar de las tres generaciones de las que trata el libro: el abuelo, terrateniente creado a sí mismo, que quiere más a sus animales que a su propia descendencia; el hijo, despreciado de la mañana a la noche; y el nieto, autista, aún más despreciado, (no se sabe en realidad si es nieto o hijo de su abuelo, dada la promiscuidad machista y patriarcal de éste) que lo presencia todo, que vive el declive familiar hasta acabar en una casa donde las únicas presencias son la suya, si acaso está vivo, y las de quienes lo observan desde los retratos de familia.
Todo es desolación en esta obra brutal que navega entre las aguas de la sinrazón.