Os
confieso uno de mis prejuicios literarios: A pesar de gustarme las
biografias, las autobiografías y las memorias, siempre que comienzo la
lectura de una, temo la falta de interés que pueden producir en mí
los años de infancia y adolescencia de la persona sobre la que
versa. Por eso agradezco que, en el caso de "Un año ajetreado",
de Anne Wiazemsky, ésta haya decidido saltarse esos estadios de su
vida para pasar directamente a relatarnos el primer año de su relación con el cineasta
francés Jean-Luc Godard.
Para
quienes no sepan de quién se trata, Anne es nieta del Nobel de
Literatura François Mauriac e hija de los príncipes Wiazemsky. No
diría que vivió entre algodones durante los primeros años de su
vida, pues perdió a su padre muy joven, pero sí que gozó de muchos
privilegios. No todos nos movemos de mansión en mansión, ni somos
amigos desde la infancia de Antoine Gallimard. Supongo que gracias a
ese ambiente culturalmente elitista, protagonizó "Au hasard,
Balthazar", de Robert Bresson, a la edad de 19 años. Tras su
estreno, Godard, cautivado por su imagen en la pantalla, trató de
conocerla. Pero fue una carta que Anne envió a la redacción de
Cahiers du Cinéma lo que facilitó el encuentro que dio comienzo a su
historia de amor.
Anne,
casi carente de experiencia en ese terreno, no dejaba de ser una
niña. Y así se sentía. Jean-Luc, que casi le doblaba la edad,
impetuoso, excesivo y caprichoso, se comportaba en cierto modo como
si también fuera un niño. En estas memorias noveladas, se nos
describen los miedos, la inmadurez, la ilusión y el descubrimiento
del sexo con amor típicos de la etapa sobre la que habla. Y se hace de manera tan vívida que parecemos
estar descubriendo esas sensaciones con su autora.
Otro
de los atractivos de esta obra es conocer íntimamente a personas a
las que admiramos: Ese abuelo católico y cacascarrabias que era
François Mauriac; una perfecta anfitriona llamada Jeanne Moreau; un
cómplice amigo de toda la vida, Antoine Gallimard; un Godard que se
convierte en un dictador excéntrico cuando dirige; y la presencia de
Truffaut, Rivette,... No es de extrañar que Anne llegue a decir que
en su "amor por Jean-Luc intervenía el amor a su profesión, a
sus películas y a sus amigos: me enamoraba tanto él como su
universo".
Godard,
contradictorio, se muestra tierno y severo, es comunista y conduce un
Alfa-Romeo. Resulta algo impúdica, en ocasiones, la manera en que
Wiazemsky lo describe. Y completamente incomprensible su reacción en
un momento dado: Jean-Luc "presa de otro ataque de rabia, me
soltó una patada brutal", nos dice. Para, a continuación,
seguir como si tal cosa, con bromas y risas.
No sé
si éste es el libro perfecto para recomendar en San Valentín, pero
igualmente lo hago. Cualquier día es bueno para disfrutar de una
lectura fresca, amena e interesante como la suya, en la que, un poco a la manera de la Sagan, se da los buenos días, no a la tristeza, sino a la vida.