miércoles, 18 de junio de 2014

El amargo don de la belleza



 Hubo un tiempo en que las mujeres eran educadas para ser esposas. Algunos intelectuales, conscientes del drama que suponía para ellas ser reducidas a la condición de mero adorno y contraer matrimonios de conveniencia, decidieron mostrar dicha realidad y denunciarla a través de sus obras. Es el caso de la escritora Edith Wharton, que en una de sus novelas más conocidas, el clásico de 1905 "La casa de la alegría", nos cuenta la historia de una de esas damnificadas por la educación machista: Lily Bart, la cual "era de modo tan manifiesto víctima de la civilización que la había procreado que incluso los eslabones de su pulsera parecían esposas destinadas a encadenarla a su destino".
Conocemos a Lily en lo más alto de su gloria social: Es guapa, popular entre la flor y nata neoyorquina, domina el fino arte de la diplomacia y no le faltan pretendientes. Ilumina cualquier estancia o ambiente con su presencia. Huérfana acogida por una tía, lleva una vida por encima de sus posibilidades, pues considera que es la única manera de conseguir atraer a un marido rico. Pero va pasando el tiempo y no se decide por ninguno de esos aburridos, lascivos, demasiado mayores o no tan adinerados caballeros que le hacen la corte. Y ya tiene 29 años. Lo cual equivale a que le quedan muy pocos para decantarse por uno: la juventud y sus encantos se le van agotando.
En su desventurada trayectoria vital, es traicionada por quienes creía sus amigas; rechazada, las pocas veces que se declara a algún hombre; desplazada de su selecto grupo, pero también aconsejada y ayudada por unas pocas personas piadosas.
Superficial, con ligeros destellos de humanidad, propensa a gastar más de la cuenta, contenida en la expresión de sus afectos, por otro lado bastante escasos, y con dificultades para identificar aquello que realmente le interesa y la haría feliz, Lily parece decidida a tropezar con todas las piedras que se va encontrando en el camino. Incluso da la impresión de ir colocándolas ella misma para poder caer, cada vez con menos fuerzas para recuperarse. Está llena de defectos y esa imperfección es lo que nos la vuelve cercana y hace que sintamos empatía hacia ella.
Edith Wharton define y resume perfectamente el carácter frívolo teñido de tragedia de su protagonista con la siguiente frase: "Nunca he sido llorona. Descubrí muy pronto que las lágrimas me enrojecen la nariz y saberlo me ha ayudado a superar varios episodios dolorosos". Heroína clásica, Lily pertenece a esa dramática estirpe compuesta por personajes como Margarita Gautier o Madame Bovary. Damas a las que la fortuna resuelve darles las espalda. Pero no sin que antes hayan conocido lo que es el amor. Lo cual, en este caso, ocurre casi a modo de epifanía.
Si queréis disfrutar de una novela inscrita con letras de oro en la historia de la literatura estadounidense, de la autora de "La edad de la inocencia", no dudéis, "La casa de la alegría" es una excelente opción.



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