sábado, 28 de junio de 2014

El pasado revisitado

No es rara ni carece de lógica la concepción de la infancia como una forma de Paraíso perdido. Pero lejos de una representación idílica de ella, la coherencia de esta idea la encontramos en que nos indica que es precisamente durante los primeros años de vida, a medida que vamos descubriendo el mundo, cuando se quiebra la inocencia. De eso nos habla John Banville, último Premio Príncipes de Asturias de las Letras,  en su novela más laureada, "El mar", por la cual recibió el Booker de 2005. Y, entre otras cuestiones, de algo aún más difícil de admitir, quizás: Su protagonista, Max Morden, que en su vejez ha perdido a su esposa recientemente, nos recuerda que "una ilusión muy corriente, [...] todo el mundo la tiene" es la de poseer "la convicción, inmune a todas las consideraciones racionales, de que en algún momento futuro y sin especificar, el permanente ensayo que es" la "vida, con sus numerosas malinterpretaciones, sus deslices y pifias, terminará, y la obra propiamente dicha, para la que" nos hemos "estado preparando siempre y con tanto ahínco, comenzará por fin". Que acabemos sintiendo esa frustración vital es el peligro, supongo, que se corre cuando se nos convence desde un comienzo, aunque bienintencionadamente, de que hemos de sentirnos realizados (a través de nuestro trabajo, junto a otra persona, siendo padres,...), de que somos seres incompletos y que hemos de esforzarnos para hallar la felicidad. Cuando la felicidad, al menos para la mayoría, está al alcance de la mano y ya desde antiguo se nos explicó en qué consiste: Carpe diem. O lo que es lo mismo: No comernos la cabeza con metas lejanas, difiriendo, palabra de moda, a un tiempo futuro la consecución de los sueños y fiándolo todo a ésta; vivir el presente disfrutando de cada cosa que hacemos. Tomar la manzana del árbol sin miedo (ni "su compañero inseparable, la culpa") y degustarla sacándole hasta la última gota del jugo. Retornar a la "brutal inmediatez de la infancia".
Parte de esa forma de entender la vida puede consistir, ¿por qué no?, en leer esta novela impecable, sublime, llena de símbolos, de personajes memorables, de ideas sugerentes, que se nos transmiten con una sensibilidad poco común, en la que la memoria se convierte en refugio y único consuelo ante el abismo de un ahora desolador.
Lo sé, apenas he explicado nada de la historia que nos relata Banville, pero es que esta reseña es una mera invitación a descubrirla.

P. S.: No puedo resistirme a citar una frase atea, de esas que tanto aprecio, que el escritor irlandés nos regala:  "Dado el mundo que Dios creó, sería una impiedad contra él creer en su existencia".
Otro detalle: Se ha destacado en muchos medios la espléndida traducción de Damián Alou. Pero, ¿quién revisó el texto antes de imprimirlo? ¿Por qué Anagrama nos tortura con una edición llena de erratas? Estos son unos pocos ejemplos de ellas: "La cabeza y el hombro izquierdos inclinados" (la coherencia de esta frase no llevaba brújula y se perdió), "con mucho mayor inmediatez" (esto sí es una cuestión de identidad transgenérica y no la transexualidad) o "se dio media vuelta y de dirigió al borde del agua" (cierto que hay quien pronuncia "de dirigió", pero no hay que imitarlos. Suena a burla), entre otras perlas.  

5 comentarios:

  1. ¡¡Ay!! ¡¡Anagrama y las erratas!!

    De todas formas, en general, los editores españoles no suelen darle importancia a la corrección de los textos, y me da bastante rabia pues me parece una falta de respeto al lector. Es como si el libro te escupiera cada vez que encuentras una. En Francia, es rarísimo que una novela contenga una errata que no sea de imprenta ya que todas las editoriales tiene un corrector que se dedica única y exclusivamente a eso, a leer minuciosamente el texto y a corregir los errores antes de que el libro vaya a imprenta. Últimamente encuentro muchísimas en las traducciones españolas. Es más, estoy segura de que llegará un momento en el que ni existirá la figura del corrector porque cada vez leemos menos y, por lo tanto, escribimos peor, así qe ni las propias heditoriales seran consientes dlas erratas qe se cuelam en los livros y demas

    Abrazos,
    p.

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  2. Jo. Eres tan veloz, que ni tiempo me has dado a corregir la entrada (muchas veces realizo algunos ajustes tras su publicación, porque no me gusta cómo ha quedado). Lo cual, por cierto, me gusta, Adorable.
    No sé si sabes que en Francia son tan excepcionales culturalmente que las leyes pasan por el filtro de la Academia de la Lengua con el fin de que estén adecuadamente redactadas. ¿Te imaginas que eso ocurriera en otros países? Acabaríamos encontrándonos con leyes que cualquiera podría entender.
    Ah, te aviso: Tengo entre manos alguno de los libros que has recomendado en tu blog. Próximamente toca "Canadá" (me lo regalaron por mi cumpleaños). Más adelante "Bestias sin patria" y "La mujer que buceó dentro del corazón del mundo". Ya que tú estarás ocupada durante varios años con tu Annie Ernaux (qué envidia), tendré que ser yo quien entretenga a los lectores de blogs.
    Otra cosa: Si quieres escribir al señor Herralde para quejarte, te paso la localización exacta de esas erratas y se las restriegas por la cara. Javier Marías quedará encantado, con lo bien que le cae.
    Abrazos y besos mil. Y gracias por usar solo la inicial de tu nombre. La del nombre y el apellido juntos sería catastrófico para la imagen izquierdosa de mi blog.

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  3. Primera errata de "Canadá": "Todas los bienes", página 74. Añádela a tu carta o e-mail a don Jorge Herralde.
    Más besos, Paulette.

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    1. Pues prepárate para esquivar escupitajos porque hay más :)

      Paulette

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    2. He podido comprobarlo. Incluso dos erratas en la misma página. Francamente, no entiendo tal desprecio a Ford y a sus lectores. El amigo que me regaló "Canadá" se disculpó y me recordó que las erratas son las últimas en abandonar el barco cuando éste se hunde. En realidad, son ellas las que, por ser tan numerosas, acabarán hundiendo Anagrama.
      Un abrazo, Adorable. Y mil besos, por supuesto.

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