domingo, 21 de octubre de 2012

El mar de los pensamientos

Después de leer una obra como "Archipiélago del insomnio", de António Lobo Antunes, uno sólo puede apuntar algunas ideas, tal es la bastedad de la tarea que supondría un análisis siquiera somero.
El título, la referencia isleña, remite, como la identidad portuguesa, al mar, a una vida de cara a él. Pero no se trata en este caso de un mar o un archipiélago exterior, sino, creo entender, el de los pensamientos inconexos de las diferentes voces que nos hablan desde las páginas de esta novela.


Es evidente y reiterada la comparación con el mundo de Faulkner, con el niño autista por antonomasia, Benjy Compson, de "El ruido y la furia", en la que también asistimos a la decadencia de una familia; y con su manera de "narrar", tan influida por el Ulises de Joyce y la obra más experimental de Virginia Woolf. También resultan claras las afinidades con el Juan Rulfo de "Pedro Páramo" y su ambiente fantasmal. 
En casi cada una de las páginas de "Archipiélago del insomnio"  aparece la muerte. Resulta avasalladora su presencia. Pero, a la vez, necesaria para hablar de las tres generaciones de las que trata el libro: el abuelo, terrateniente creado a sí mismo, que quiere más a sus animales que a su propia descendencia; el hijo, despreciado de la mañana a la noche; y el nieto, autista, aún más despreciado, (no se sabe en realidad si es nieto o hijo de su abuelo, dada la promiscuidad machista y patriarcal de éste) que lo presencia todo, que vive el declive familiar hasta acabar en una casa donde las únicas presencias son la suya, si acaso está vivo, y las de quienes lo observan desde los retratos de familia.
Todo es desolación en esta obra brutal que navega entre las aguas de la sinrazón.

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