viernes, 9 de noviembre de 2012

Es la historia de un amor

La primera referencia al emperador Adriano que leí data de los 90. Fue en un texto de Terenci Moix en el que se quejaba del trato peyorativo que daba la enciclopedia Espasa a la relación de éste con su amado Antínoo.
Hoy terminé de leer “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar, otra enamorada del mundo antiguo. Su autora comenzó a redactarlo en 1924 y en 1951 lo publicó. Muchos fueron los parones y las reescrituras. Pero merecieron la pena tanto esfuerzo y tanta demora, pues supuso la gestación de una de las obras cumbre de la Literatura Francesa del s.XX. Además, es de destacar la magistral traducción de ésta realizada por el escritor argentino Julio Cortázar.
No revelo gran cosa y lo revelo todo, cuando cuento que la novela narra en primera persona, en una carta dirigida a Marco Aurelio, la vida del emperador romano nacido en la que ahora es España. Llegado el momento en que se acerca su muerte, fatalmente enfermo, Adriano rememora su infancia en Itálica, la muerte de sus padres hacia los que poco siente; el ímpetu de la juventud, su formación militar, su filohelenismo y gran cultura, su llegada al poder gracias a la amistad de Plotina, esposa de Trajano, predecesor de Adriano; su devoción hacia el luto (pobló el Imperio de estatuas de seres queridos y de anteriores emperadores y puso sus nombres a distintas ciudades); su lucha por la paz (sin olvidar la mancha en ella que supuso la guerra en Judea y las masacres producidas); sus ideas sobre la religión (despreciaba los fanatismos, sobre todo el cristiano y el judío), sobre el alma, sobre el arte, sobre el ser humano, etc; su deseo de morir durante sus años maduros y el miedo a la muerte cuando realmente se acercaba el momento,...
Pero esta obra no sería lo que es sin la valiente descripción desprejuiciada que lleva a cabo su autora de la relación amorosa del emperador con su favorito, Antínoo, que duró tan sólo 5 años, o casi, desde los 15 hasta los 20, momento en que el efebo bitino puso fin a su vida, temeroso de la decadencia que le esperaba con el paso de los años (Pasolini decía que le aterraba saber, cuando estaba en la cama con un chico, que la cabeza que reposaba sobre la almohada podía pensar. Aquí, resulta desasosegador observar la felicidad de Adriano junto a su amado, completamente ignorante de los pensamientos suicidas de éste). Tras dicho fallecimiento, el emperador romano convirtió a  Antínoo en objeto de culto y llenó el Imperio de estatuas en su honor.
Al leer “Memorias de Adriano” sentimos que su autora consiguió su objetivo: atravesar la distancia de 18 siglos que la separaba del personaje protagonista de su obra, convirtiéndolo en una persona de carne y hueso, alguien tangible que nos habla de su tiempo, pero también del nuestro y de nosotros mismos.
(Me ha quedado muy seria esta entrada. Para compensar, recomiendo a mis lectores que vean fotos de Marguerite Yourcenar y después me digan si no era clavadita a la mujer de David el gnomo. Qué grande esa mujer que se consideraba vegetariana y a renglón seguido admitía que comía jamón).

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