La primera referencia al emperador Adriano que leí data de los
90. Fue en un texto de Terenci Moix en el que se quejaba del trato
peyorativo que daba la enciclopedia Espasa a la relación de éste
con su amado Antínoo.
Hoy terminé de leer “Memorias de Adriano”, de Marguerite
Yourcenar, otra enamorada del mundo antiguo. Su autora comenzó a redactarlo en 1924 y en 1951 lo publicó. Muchos fueron los parones y
las reescrituras. Pero merecieron la pena tanto esfuerzo y tanta
demora, pues supuso la gestación de una de las obras cumbre de la Literatura Francesa del s.XX. Además, es de destacar la magistral
traducción de ésta realizada por el escritor argentino Julio
Cortázar.
No revelo gran cosa y lo revelo todo, cuando cuento que la novela
narra en primera persona, en una carta dirigida a Marco Aurelio, la
vida del emperador romano nacido en la que ahora es España. Llegado
el momento en que se acerca su muerte, fatalmente enfermo, Adriano
rememora su infancia en Itálica, la muerte de sus padres hacia los
que poco siente; el ímpetu de la juventud, su formación militar, su
filohelenismo y gran cultura, su llegada al poder gracias a la
amistad de Plotina, esposa de Trajano, predecesor de Adriano; su
devoción hacia el luto (pobló el Imperio de estatuas de seres
queridos y de anteriores emperadores y puso sus nombres a distintas
ciudades); su lucha por la paz (sin olvidar la mancha en ella que
supuso la guerra en Judea y las masacres producidas); sus ideas sobre
la religión (despreciaba los fanatismos, sobre todo el cristiano y el judío), sobre el alma, sobre el arte, sobre el ser humano, etc; su deseo de
morir durante sus años maduros y el miedo a la muerte cuando
realmente se acercaba el momento,...
Pero esta obra no sería lo que es sin la valiente descripción
desprejuiciada que lleva a cabo su autora de la relación amorosa del
emperador con su favorito, Antínoo, que duró tan sólo 5 años, o
casi, desde los 15 hasta los 20, momento en que el efebo bitino puso fin a
su vida, temeroso de la decadencia que le esperaba con el paso de los
años (Pasolini decía que le aterraba saber, cuando estaba en la
cama con un chico, que la cabeza que reposaba sobre la almohada podía
pensar. Aquí, resulta desasosegador observar la felicidad de Adriano
junto a su amado, completamente ignorante de los pensamientos
suicidas de éste). Tras dicho fallecimiento, el emperador romano
convirtió a Antínoo en objeto de culto y llenó el Imperio de
estatuas en su honor.
Al leer “Memorias de Adriano” sentimos que su autora consiguió
su objetivo: atravesar la distancia de 18 siglos que la separaba del
personaje protagonista de su obra, convirtiéndolo en una persona de
carne y hueso, alguien tangible que nos habla de su tiempo, pero
también del nuestro y de nosotros mismos.
(Me ha quedado muy seria esta entrada. Para compensar, recomiendo a mis lectores que vean fotos de Marguerite Yourcenar y después me digan si no era clavadita a la mujer de David el gnomo. Qué grande esa mujer que se consideraba vegetariana y a renglón seguido admitía que comía jamón).
(Me ha quedado muy seria esta entrada. Para compensar, recomiendo a mis lectores que vean fotos de Marguerite Yourcenar y después me digan si no era clavadita a la mujer de David el gnomo. Qué grande esa mujer que se consideraba vegetariana y a renglón seguido admitía que comía jamón).
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