viernes, 7 de junio de 2013

Washington Square

Podría haber titulado esta entrada "La sombra de una duda" o "Pobre niña rica", pero he querido ser más sutil. Y es que hoy cumplimos nuestra palabra (uy, qué humilde, uso el plural mayestático) escribiendo una reseña del clásico de 1949 "La heredera", adaptación para el cine de la obra de teatro homónima basada en la famosa novela de Henry James.
Nos encontramos ante una película cuyo origen teatral no pretende ser disimulado, pues, básicamente, transcurre en un solo escenario: la casa donde vive la protagonista, Catherine Sloper (una espectacular Olivia de Havilland, capaz de resultar tan ingenua como su Melania de "Lo que el viento se llevó" y, más adelante, mostrar la misma crueldad con la que miraría a su hermana Joan Fontaine, si algún día se cruzase en su camino). Junto a ella, residen su padre y una tía. Éste sobreprotege a su hija, no por amor, sino porque la considera carente de virtudes, salvo su destreza en el bordado, y piensa que nunca podrá llegar a casarse con un hombre de su estatus económico. Por eso, cuando una noche, Catherine conoce  a un joven guapo y encantador que se fija en ella y desde el primer momento trata de enamorarla, el acaudalado doctor Austin Sloper, o sea, su padre, entiende que lo que ese joven ve en ella es la fortuna que va a heredar e intenta que ésta lo comprenda. Al menos, esa es la visión de él, que puede estar viciada por el desprecio que siente hacia su hija. Una vez introducida la duda en la trama, no sabremos hasta el final cuál es la verdad.
Se trata de una película rodada con maestría (imposible lo contrario siendo su director William Wyler), con un Monty Clift perfecto en su papel (¿cómo podría no sucumbir Catherine ante las palabras de cariño y la mirada de ese icono, que aún no había cumplido los 30 años por aquel entonces, con lo necesitada que se hallaba de amor?), la cual nos plantea dos opciones vitales: Ser inocentes y que nos puedan engañar o ser maduros y desconfiar de todos. La primera nos hará felices y burlados. La segunda, amargados seres solitarios. Espero que el planteamiento sea algo extremo. Yo siempre he procurado hacer compatibles inocencia y madurez, y  me he defendido de quienes han tratado de acabar con la primera en mí. Por eso, hace unos años escribí este poema sin título:

No vuelques tus dudas sobre mí,
No inocules tu frustración bajo mi piel.
No digas todo es igual,
e igual de perverso.
No trabajes el dolor en mi corazón
(mi única posesión valiosa).

Es mentira que abras mis ojos,
que apartes las piedras de mi camino
para que no caiga;
que tu experiencia concreta
sea más sabia que mi abstracta inocencia.

Te conozco bien.
Tú eres lo perverso.
Y el velo negro de tu amargura
pretende cegar mis ojos.

Eres la piedra en mi camino
que he de saber esquivar.

Por si no se ha dado por enterada, esta entrada está dedicada a Paulette, una de mis seguidoras más fieles.
 

2 comentarios:

  1. Gracias a ti. Hace siglos que no escribo poesía, pero no está mal rescatar alguna en un blog como éste, que además pretende ser muy personal. Ah, tenía ganas de ver "Turistas". Desde que la vea, te dejo un comentario en la entrada que le dedicas (el título está muy bien elegido).
    Besazos, Paulette.

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