viernes, 28 de marzo de 2014

"Mientras arrojaban los libros a la hoguera"


Stefan Zweig nos describe en sus memorias un mundo seguro anterior a las dos grandres guerras: "Todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razón". Con esas sencillas palabras resume la época en que nació. Lamentablemente, como a tantos otros, le tocó asistir al desmoronamiento de ese mundo, demolido hasta los cimientos por los totalitarismos que asolaron Europa. Con el tiempo, se ha ido transmitiendo la idea de que el Holocausto tuvo que ver con el desconocimiento del pueblo alemán, pues parece imposible que si sus miembros hubieran sabido lo que ocurría en los campos de exterminio, hubieran podido apoyar al Tercer Reich. Anna Funder nos habla, en su magnífica novela histórica "Todo lo que soy", de aquellos intelectuales pacifistas que denunciaron lo que estaba ocurriendo y no lograron impedirlo, en gran medida, por la connivencia de los gobiernos extranjeros que luego tuvieron que combatir el nacionalsocialismo con las armas y, por supuesto, del pueblo alemán, responsable nada inocente de la ascención al poder de Hitler y los suyos.
"Tras el incendio del Reichstag y la persecución posterior, habían partido al exilio cincuenta y cinco mil alemanes, de los que unos dos mil eran escritores y artistas [...]. La masa de judíos llegó más tarde", narra Anna dando voz a Ruth Wesemann, activista y escritora de la que fue amiga durante 17 años, hasta el fallecimiento de la segunda. Ruth, su prima Dora Fabian (mucho más conocida que ella), el poeta y dramaturgo Ernst Toller y otros muchos exiliados forzosos formaron parte de ese grupo de ciudadanos alemanes que vieron venir lo que se avecinaba y trataron de evitarlo. Los que centran este relato huyeron primero a Gran Bretaña, donde no se les permitía publicar con sus nombres ningún escrito político, so pena de ser deportados. Si esa espada de Damocles no fuera suficiente, sufrían el acoso de la Gestapo o eran sencillamente secuestrados o asesinados por ella.
"Todo lo que soy" es un tributo a esas personas que arriesgaron o dieron su vida luchando por la Paz. Pero también lo es a la amistad, al valor de la experiencia, de la cultura y de la libertad. Al valor, sin más. A la integridad y a la dignidad del ser humano.
Anna Funder está dotada de una sensibilidad exquisita que la convierte en profunda sin resultar pedante o cursi. No sé si sus personajes destilan tanta sabiduría porque fueron personas de carne y hueso, porque vivieron intensamente o porque formaron parte de la elite cultural alemana, pero lo cierto es que es ésa la impresión que consigue transmitir su autora.
A ello, añadamos la posibilidad de dar una lectura actual al relato: "Para mí era insólito que el gobierno mintiera al pueblo [...]. Si no podíamos confiar en las autoridades, ¿en quién podíamos confiar? La respuesta era: en nosotros", dice Ruth Wesemann. Cierto. Frente a gobernantes mentirosos, los ciudadanos hemos de confiar en nosotros mismos, en nuestra capacidad para defender nuestros derechos y libertades de los ataques de  aquellos que tratan de arrebatárnoslos mientras se dibuja en sus rostros una sonrisa llena de cinismo.

Aparte:

P. S.: Por si alguien no pilla lo de la sonrisa cínica, os doy una pista. Es muy sutil, pero confío en que sepáis interpretarla.

Nota para mi mismo: ¡Cómo te pasas, Jose! ¿A quién se le ocurre insinuar que a estos tres les importamos todos una higa? Vale que dan grima, incluso miedo. Vale que no sirven ni para darle gusto a un caldo, pero, si alguna vez consigues ser banquero, te sacarán de cualquier apuro.

P. S.: Lo sé, siendo este un blog cultural, falta Wert, nuestro inefable ministro del ramo, que tan denodadamente ha luchado para hundirnos en la ignorancia, pero es que mi médico me tiene prohibido ver, publicar o tan siquiera intuir imágenes suyas.


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