domingo, 20 de julio de 2014

Vida de este chico

"Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después". Con estas palabras, que la resumen a la perfeccción, comienza la última novela de Richard Ford, "Canadá", publicada en castellano el verano pasado. Dividida en tres partes, con estilos ligeramente diferentes,  y narrada en primera persona por uno de los hijos de los atracadores (especie de Bonnie y Clyde de pacotilla y sin amor de por medio),  compendio de múltiples fuentes, orales y escritas, además de los propios recuerdos, en un principio parecemos transitar por una non-fiction novel (1) en la que Dell Parsons nos cuenta de manera detallista cómo sus progenitores terminaron robando un banco y cómo él tuvo que huir a Canadá, donde le aguardaba su futuro. Un futuro con cierto aire de western (2), algo así como un "Solo ante el peligro" que no transcurre en tiempo real, pero de final ineluctable, pues tampoco los acontecimientos que ocurren allí dependen de su voluntad. Y, en una tercera parte, más urbana, el narrador, que nos habla desde la madurez, nos resume el resto de su vida, la de su hermana y la de sus padres.
He contado la historia. De principio a fin, tal como hace su autor con las dos frases iniciales del libro. Pero quien pensara leerlo únicamente por ella, cometería un error, pues se trata de mucho más que una historia. Nos encontramos ante una reflexión sobre el crimen, el castigo y la vida: ¿Está el criminal predestinado y, por tanto, el delito es parte de su esencia, o cambia su identidad, su propia materia, su mismidad, al cometerlo y se torna en otra persona que ya no conocemos? ¿Es malo por naturaleza el delincuente e incapaz de haber llevado una existencia normal sin que fuera detectada su propensión a la vileza? En cualquier caso, el protagonista decide que es dueño de sus actos, de su vida, y que él sí desea salvarse (considero razonable entender que Ford trata de transmitir que el hecho de que el protagonista no sea creyente contribuye a que opte por dicho camino; que las creencias religiosas pueden suponer una rémora a la hora de adoptar ciertas decisiones; que, en ocasiones, éstas convierten al individuo en un ser pasivo que se deja llevar por la idea de la fatalidad).
Dell, que comienza la novela como un adolescente deseoso de conocimiento, tiene dos grandes pasiones: La apicultura y el ajedrez. Las cuales simbolizan dos rasgos vitales: La primera, su necesidad de orden y seguridad (los propios de una colmena); y la segunda, su capacidad para adaptarse a cada nueva situación, propia de cualquier gran estratega. Y es ésta segunda característica la que marcará su destino, que, al final, no estaba escrito, pues resultó ser él mismo su propio autor (o creador).
Es común, en este comienzo de siglo, leer críticas en las que se dice de una novela que es el primer clásico del XXI. Afirmaciones frívolas, en la mayoría de los casos (salvo en uno, claro. Algo así como el cuento de "Pedro y el lobo": Alguna vez tendrá que ser la buena). Así que, con gran acierto, John Banville, ha optado por una mejor fórmula: "Una de las primeras grandes novelas del siglo XXI". Y no se ha equivocado.

P. S.: Para quienes no les gusten (o sea, todo lector sensato), debería haberse creado un "aviso de erratas" (algo así como el famoso "parental advisory" de los cds) con motivo del lanzamiento de la primera edición de "Canadá". (Supongo que la palabra lanzamiento me vino a la mente porque, ciertamente, el descuido con el que ha sido editado te hace sentir un dolor semejante al que te produciría que te tiraran el libro a la cara y te diera de canto dejándote con semblante de estupor y una brecha en la frente de la que manara un río de sangre).

4 comentarios:

  1. Desde luego, tu "te hace sentir un dolor semejante al que te produciría que te tiraran el libro a la cara y te diera de canto dejándote con semblante de estupor y una brecha en la frente de la que manara un río de sangre" hace que mi "escupitajos a la cara" suene extremadamente vulgar.
    Pero tienes razón en todo. No merecemos que nuestras caras queden llenas de cicatrices.

    Abrazos
    Paulette

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  2. Hola, Adorable:
    Tras tu "escupitajos a la cara", tenía que hacer algo para mantener el nivel. Es más que probable que los dos estemos suponiendo el germen de un movimiento crítico que consiga erradicar las erratas de los libros. Vamos, yo no lo descartaría.
    Por cierto, vaya mirada tiene el Ford. En todos los sentidos.
    Un abrazo y mil besos, Paulette. A ver si me pongo al día con las reseñas. Llevo un retraso de tres libros. Y uno de ellos es "La mujer que buceó...", de Sabina Berman. Otro es el último de Martin Amis (este hombre tiene una curiosa predilección por los personajes pendencieros y una razonable aversión por los tabloides).

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  3. Hola

    Hace mucho tiempo que no hablamos, y es que cada vez me llama menos la atención esta idea de transmitir a través de internet. Pero hay cosas que rescato, y esas son, por ejemplo, las conversaciones que hemos mantenido a lo largo del tiempo. Hoy he decidido reanudarla superficialmente, aunque sin una falsa promesa de rápida respuesta a fututo (que, claramente, tampoco espero de tu parte).

    Curiosamente, considerando que esta relación solo ha sido virtual, me acordé de ti al leer este libro, del que recordaba me habías hablado maravillas. No había leído esta reseña y de hecho había estado bastante alejado del computador, pero aprovecho de comentar por acá. No había leído nada de Richard Ford, y logré dar con este libro y pedirlo en una biblioteca.

    Como supondrás, las reseñas positivas -tanto del autor como de la novela- no habían provenido solo de ti, por lo que sabía que me enfrentaba a un buen libro, o al menos uno que así le había parecido a personajes que respeto. No sabía nada de la trama, lo que siempre es un buen punto de partida, y pude vivir el crecimiento del personaje principal a través de las páginas, empatizando con el mismo a medida que los hechos se desarrollaban.

    No quiero alargarme demasiado, pero me pareció uno de esos libros que se basa más en las carencias (y cadencias) que en el contenido claro y fácil, un libro tan amplio como los territorios en los que se desarrolla, expuesto al lector en su crudeza que no es exagerada por el autor. Una obra de arte que me recordó el aire de los grandes maestros norteamericanos que exponen hechos atroces sin acentuarlos, dándolos a entender como parte de la naturaleza humana. Una obra bellísima, probablemente lo mejor que he leído en este estilo en el último tiempo.

    Solo quería decir eso, aunque como digo, podemos seguir conversando de esto

    Un gran abrazo y hablamos

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