lunes, 28 de julio de 2014

Carta al padre


El 25 de agosto de 1987, el médico y profesor universitario Héctor Abad Gómez fue asesinado en la ciudad de Medellín por miembros de un grupo paramilitar afín al gobierno colombiano. Nunca se supo quiénes ordenaron su ejecución, pero sí las razones: Su lucha en defensa de la igualdad y de los derechos humanos. Publicaba artículos en los que acusaba al ejército de cometer torturas y con ello enfurecía a los círculos de poder de su país, hasta que la inquina hacia él se hizo tan grande que decidieron poner fin a su vida.
El doctor Abad Gómez había sido conocido anteriormente por combatir las enfermedades a través de iniciativas políticas. Era consciente de que siempre será mejor prevenir que curar y, como consecuencia, que era más eficaz conseguir potabilizar el agua que llegaba a los hogares, que tratar a los enfermos con antibióticos una vez infectados. De ahí que ése fuera durante mucho tiempo su mayor empeño.
A esa figura, en cierto modo quijotesca, dedica su hijo Héctor Abad Faciolince su libro "El olvido que seremos" (no "se lo dedica"), proyecto mil veces pospuesto, al modo proustiano, hasta encontrar, casi 20 años después, la voz adecuada, el modo de recordar sin resultar hagiográfico. Y a medida que va rememorando, ese padre particular, tan tierno y cercano, se va universalizando y convirtiéndose en símbolo de muchas cosas: De la integridad de quien cree en la idea de justicia, de lo que debería suponer la educación y la paternidad (mantenía que los hijos felices se convierten en buenas personas), de sus múltiples batallas en favor de quienes menos tienen,...
A esas memorias, Faciolince añade su visión de la vida y la de su padre. En gran medida, coincidentes, y en la misma medida, sensatas. Supongo que esta última característica es una de las razones del éxito del libro: Uno siente que estuviera leyendo un relato narrado por una mente hermana en cuanto a las ideas. (Destaco como ejemplo de ello la indignación del autor cuando, durante el funeral de un ser querido, el oficiante, que era obispo, repetía una y otra vez la letanía "¡Alegría, Aleluya, Alegría!", pues la persona fallecida iba a reunirse con su creador.  Como consecuencia de ello, su padre y él se salieron de la iglesia. No lo soportaban. A mí me ocurre algo similar cuando escucho a un sacerdote en un funeral referirse al finado como un "pecador". Así, tal cual. Delante de sus seres queridos, en vez de honrarlo, desde el púlpito se atreven a insultarlo. Y cada vez que asisto a ese lamentable espectáculo, me dan ganas a mí también de salirme soltando alguna blasfemia).

Dice Faciolince que su intención al escribir "El olvido que seremos" ha sido retrasar para su padre ese olvido que a todos nos llega una vez fallecemos. La verdad es que no solo ha conseguido eso, sino que lo ha convertido en parte de una memoria compartida más allá de los límites de quienes lo conocieron en su día y más a llá de las fronteras de su país.

P.S.: En octubre de 2012, el mismo autor publicó un artículo titulado "Acuérdate de olvidar" en la revista "El malpensante". Lo pueden leer en la siguiente dirección: http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=2689
Y, de paso, si la desconocían como yo, descubrirán una revista bullente de cultura con textos de Thomas Pynchon, Jorge Edwards, el director de cine portugués Miguel Gomes, Gay Talese, Martin Amis, Ricardo Piglia, Juan Gabriel Vásquez, que entrevista a Jonathan Franzen, y un etcétera tan largo que llegaría de aquí a Lima (o a Medellín) .

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