Nicole
Krauss podría ser ella misma un personaje de ficción: Nacida en Manhattan,
estudió en la Universidad de Stanford, donde conoció al que se
convirtió en su mentor, Joseph Brodsky, Premio Nobel de Literatura
en 1987, y posteriormente en la de Oxford. Publicó su primera novela
a los 28 años (en principio, únicamente en formato digital). Está casada con el autor de culto Jonathan Safran
Foer (junto a él y unos cuantos tótems literarios americanos, como David Foster Wallace o Rick Moody, forma parte de la llamada generación McSweeney´s). Ha sido alabada por intelectuales de la talla de la
fallecida Susan Sontag y el Nobel J. M. Coetzee. Colabora con algunas
de las revistas más relevantes en lengua inglesa (nombremos sólo
una: The New Yorker). Es judía, lo cual se filtra en su obra, aunque ella dice no ejercer como tal. Amante de la literatura hispanoamericana (desde
Bolaño a Vila-Matas), en la actualidad vive en Brooklyn junto a su marido y sus dos hijos. (Bueno, tampoco hay que olvidar que uno de sus vecinos, con el que trata habitualmente, es el mismísimo Paul Auster, marido de Siri Hustvedt. Está claro que en ese barrio la densidad de talento por habitante es superior a la media de cualquier otro).
Hace algunos años que mi radar de escritores a seguir no
paraba de sonar cuando leía u oía su nombre. Así que no es de
extrañar que estuviera entusiasmado cuando un amigo me regaló su
tercera y última novela, "La gran casa", libro dividido en
dos partes: En la primera se narran cuatro historias y en la segunda,
la continuación de éstas, donde entendemos la relación que hay
entre ellas.
Prefiero
no desvelar demasiado sobre el contenido de las cuatro narraciones que componen el
libro. Tan sólo explicar que nos hablan de la memoria, de la
capacidad que tienen los muebles de evocar recuerdos a aquellos que
han vivido rodeados de ellos (en este caso, se trata de un escritorio
que pudo haber pertenecido a Lorca), del dolor que supone la pérdida
de esos objetos de inmenso valor sentimental. Pero también nos habla
de la Literatura, de las obsesiones, de las costumbres judías, de la dictadura
pinochetista y sus desaparecidos (palabra que siempre me ha
parecido un cruel eufemismo que dulcifica miles de asesinatos,
torturas y secuestros), de las consecuencias de la Segunda Guerra
Mundial, del mundo intelectual. Y va más allá: De las relaciones
familiares, de los secretos e intimidades de las parejas, de los
reproches entre personas que se quieren, de lo truculento de algunas
enfermedades (el cáncer y las neurodegenerativas), de la pérdida de
los seres queridos, del amor, de la vida y de la muerte. Y lo hace
con un poder descriptivo poco común y a modo de confesiones o de
monólogos, funcionando como si fuera un libro de relatos.
Se
trata de una bellísima novela, que ha sido candidata al prestigioso
National Book Award. Una de esas novelas que dejan huella. Rotunda.
Impresionante.
Me
gusta particularmente esta vuelta de tuerca a la famosa frase de
Blanche Dubois "Siempre he dependido de la amabilidad de los
extraños": "Hay momentos en que la amabilidad de los
extraños no hace más que empeorarlo todo, porque entonces uno se da
cuenta de lo necesitado que está de amabilidad y de que sólo un
perfecto desconocido puede ofrecérsela". Difícil transmitir tanta fragilidad en tan pocas líneas.
P. S.: Disculpad la fotocomposición que ilustra esta entrada. Ya sé que no anima a tomarse a Nicole muy en serio. Claro que tampoco la culpa es del todo mía. La mitad de la foto la conforma la portada anglosajona de la novela, que parece una tarta multicolor. Prefiero la edición española de aquí a Lima.
P. S.: Disculpad la fotocomposición que ilustra esta entrada. Ya sé que no anima a tomarse a Nicole muy en serio. Claro que tampoco la culpa es del todo mía. La mitad de la foto la conforma la portada anglosajona de la novela, que parece una tarta multicolor. Prefiero la edición española de aquí a Lima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario