Admito mi culpa: me he
retrasado a la hora de publicar la entrada mensual del tomo
correspondiente de "En busca del tiempo perdido". Pero es
que he tenido la gripe. Además, siempre viene bien un poco de
suspense, no saber cuándo aparecerán las reseñas o, incluso, si
llegaré a tiempo para la dedicada al último libro de la septalogía.
Hoy toca "La
fugitiva" (según la edición que manejo), también titulada
"Albertina desaparecida". Y es que al final de la novela
anterior, Albertina se va del lado del narrador sin avisar.
Como me suele ocurrir con
Proust, distingo dos historias, en este caso, de traición, o de
sensación de traición:
En primer lugar, nos
encontramos con que el protagonista y Albertina se intercambian
cartas en las que ninguno muestra sus verdaderas intenciones, aunque
ambos quieran volver. Fingimiento que resulta, finalmente, baldío,
pues nunca se encontrarán nuevamente, ya que ella muere en un
accidente hípico (recordemos el aspecto autobiográfico de la obra
de Proust: Albertina, realmente, no es otra sino Alfred Agostinelli,
amante del autor, que, tras abandonarlo, falleció al estrellarse su
avioneta). Es este el momento en que se convierte en realidad una de
las mayores pesadillas de todo enamorado: perder al ser amado y
descubrir después que éste no era quien decía ser, o al menos,
confirmar las sospechas de una doble vida. Comienza, así, una serie
de confidencias de quienes la conocieron, la reconstrucción de la
verdad oculta tras las mentiras que componen los recuerdos del
protagonista sobre su relación, las dudas sobre casi cada detalle que la conformó. Y la evidencia de que ya es
imposible que Albertina le sea sincera, pues ya no existe ninguna
Albertina a la que confrontar con los hechos.
Pero ya sabemos que
nuestro narrador es incapaz de enamorarse, que lo suyo son más bien
obsesiones, la necesidad de posesión de quien se le resiste. De ahí
que tampoco le sea muy difícil el olvido y realizar los proyectos
que le impedía llevar a cabo su relación, ahora truncada. En
palabras de él mismo: "Mi amor por Albertina no había sido más
que una forma pasajera de mi devoción a la juventud". Uno de
esos proyectos cumplidos es su viaje a Venecia, que realiza con su
madre.
En segundo lugar, de
vuelta de la ciudad de los canales, en el tren, se entera de que su
amigo Roberto Saint-Loup y su primer amor, Gilberta, se casan (en
principio, se trata de una boda de conveniencia, pero ella acaba
enamorándose). En este caso, la decepción, la traición, viene dada
por un cambio en la forma de ser del novio: Ya no es aquél que se
desvivía por complacer al narrador y le contaba sus secretos.
Roberto no lo invita a su boda y después de ella finge infidelidades
con mujeres para ocultar su homosexualidad, de origen temporal incierto, (o su bisexualidad más
tendente al gusto por los hombres. Principalmente, su affaire
con Morel, heredado de su tío, el barón de Charlus), provocando con
esta tapadera los celos de su esposa y su desdicha.
Pero, una vez más, ya
sabemos que nuestro narrador no cree en la amistad. Luego no le cuesta mucho sobreponerse. Difícil
encontrar a alguien más cínico en la Historia de la Literatura. Pero, claro, ahí radica gran parte de su encanto.
P.S.: Lo sé, no es ésta
una reseña ni muy amplia ni muy inspirada. (La foto es de
Agostinelli, por si os pica la curiosidad y queréis saber quién inspiró el personaje de Albertine Simonet, uno de los más recordados de la Literatura Francesa ).
Nota de agradecimiento:
Ojiplático y boquiabierto quedeme cuando el 22 de noviembre, en un
artículo dedicado al centenario de la publicación de "Por el
camino de Swann" del periódico "La Provincia", leí
una mención a este blog escrita por uno de sus críticos estrella,
Antonio Bordón, autor del espléndido libro de relatos "Muchachos,
maten a Borges". Gracias por el detallazo. Sobre todo, viniendo
de quien viene.
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